La decimosegunda edición del ciclo de conferencias literarias Escriviure, que organizan la Associació d'Escriptors en Llengua Catalana (AELC) y el Ayuntamiento de Santa Eulària comenzó el pasado 21 de octubre con la traducción literaria como temática principal.
Mañana a las 19.30 horas regresaan con la charla Nous universos en les traduccions de la ciència-ficció, de Ray Bradbury a Margaret Adwood que impartirá el barcelonés Ricard Ruiz Garzón a partir de las 19.30 horas en el Teatre Espanya de Santa Eulària. Será un recorrido por la trayectoria de autores de ciencia ficción que fueron pioneros y de los asuntos que están cambiando la ciencia ficción en nuestra sociedad conducido por este profesor de la escuela de escritura l'Ateneu Barcelonès, especializado en géneros fantásticos y que ha ganado premios como el Ramon Muntaner o el Edebé gracias a su quincena de libros. Además, es periodista y crítico literario en TV3, BTV, El Periódico, El País, Time Out, Qué Leer, RAC-1, COM Ràdio, Catalunya Ràdio y la SER.
¿Cómo, cuándo y por qué empieza su afición por la ciencia ficción?
—Supongo que empezó con 10 u 11 años cuando leí Matilda de Roald Dahl y me enamoré de ella porque me abrió a la idea de los mundos y las realidades alternativas. A partir de ahí encadené clásicos de ciencia ficción y fantasía que me han acompañado toda la vida, desde Julio Verne a H. G. Wells, pasando por R. R. Tolkien, Philip K. Dick, Ray Bradbury, Ursula K. Le Guin… Y junto a ellos, Manuel de Pedrolo, Joaquim Ruyra, Pere Calders, Antoni Munné-Jordà... Empecé a entender algo que leer solo literatura realista es poco realista, y que pese a sus innegables logros, el realismo social se ve limitado en un mundo tan complejo y variable como el nuestro. Al fin y al cabo, vivimos en un mundo distópico, dominado por la tecnología, en plena pandemia… La pregunta ya es ¿por qué no leer ciencia ficción?
¿Qué libros le han marcado? ¿Algún libro de culto en especial?
—He mencionado ya algunos autores. Podría hacer una larga lista de predilectos, pero si me tengo que quedar con uno en el ámbito de las literaturas no realistas sería La historia interminable de Michael Ende. Lo releo a menudo sin prejuicios hacia su catalogación como infantil-juvenil. Y estrictamente dentro de ciencia ficción le tengo mucho afecto a Solaris de Stanislaw Lem, y a Flores para Algernon, de Daniel Keyes.
Parece que muchos mitos siempre vuelven, como, por ejemplo, el de Frankenstein, que usted retoma en su libro Mary Shelley i el Monstre de Frankenstein, ¿Cómo se explica el fenómeno y de qué trata este libro?
—Escribí ese libro para el bicentenario de la publicación de Frankenstein pero en realidad es, por un lado, un homenaje a Mary Shelley y a Noche de Villa Diodati en que nacieron los mitos de Frankenstein y el vampiro, y por otro lado un análisis de una docena de monstruos que me fascinan y que le servían de espejo a la obra y a la autora, como King Kong, el Gólem, Mr. Hyde, el Minotauro, el propio vampiro. Para mí, Frankenstein es inmortal porque nos habla de la relación entre creador y creación, pero también de la vida artificial. Shelley acudió al mito de Prometeo para su novela, y así prefiguró a robots, androides y replicantes, y prefigura hoy la realidad virtual y las inteligencias artificiales. Además, su obra, la primera de ciencia ficción en la historia según Brian Aldiss, ha modelado la visión contemporánea de la ciencia, y con ella el temor a ser castigados si jugamos a ser dioses. Todos tenemos hoy día complejo de Frankenstein, y más con lo que le estamos haciendo al planeta.
¿En qué se diferencia la literatura de ciencia ficción actual de la inicial?
—La ciencia ficción ha evolucionado muchísimo, de los clásicos de la Edad de Oro a la New Wave de los 60 y 70 ya dio un salto espectacular, pero hoy tiene el aliciente de servir de contrapeso a nuestra devoción por la tecnología. Curiosamente, el inicio del siglo XXI ha apostado más por la fantasía, de J. K. Rowling a George R. R. Martin, pero las distopías, las ucronías y el steampunk están devolviendo su peso a la ciencia ficción, que gracias al cine, las series y los videojuegos ofrece más variedad que nunca. La ciencia ficción hard, la de las ciencias duras, lo tiene un poco más difícil, pero quizá la pandemia acabe cambiando eso. De momento, los retos que tienen por delante auguran que el género va a tener una vida muy activa en los próximos años. Y es muy buena noticia ya que lo contrario es un atraso de naciones poco cultas.
Es profesor en la Escola de'Escriptura de l'Ateneu barcelonés, ¿Es posible enseñar las técnicas o las herramientas para escribir ciencia ficción?
—Doy cursos de novela en general, pero cada vez tengo más cursos abiertos de fantasía y ciencia ficción porque hay mucha demanda. También hay mucha gente que se aficiona al género y desea escribir, y para ello es básico conocer la tradición y dialogar con ella. Por lo demás, el talento depende de cada uno y de cuánto se lo trabaje, pero la técnica es algo que se puede aprender. Que tengamos estudios oficiales para ser músico, actor, pintor o bailarín, pero no para ser escritor, es falta de criterio de quien decide estas cosas. Por suerte, la Escola d'Escriptura suple con creces esa ausencia, de ahí que la imiten tanto.
¿La literatura fantástica siempre estará de moda?
—Durante los dos últimos siglos apenas ha estado de moda, y en el XXI lo ha estado por la fuerza sobre todo del juvenil. Por fin se está normalizando, como ocurrió hace unos años con la novela negra, y espero que no regrese a las catacumbas donde estaba por ignorancia tanto tiempo. Al fin y al cabo, la primera obra literaria que conservamos, La epopeya de Gilgamesh ya tenía prodigios como hombres de piedra y una búsqueda de la inmortalidad. Lo que nunca pasará son la imaginación, la fantasía y la capacidad humana de soñar e inventar. Los corsés que se le pongan son solo orejeras de época.
¿Qué escritores destacan de ciencia ficción en la actualidad?
—La lista es larguísima en todo el mundo. Destacaría líneas de interés, como las autoras tipo N. K. Jamisin, Kameron Hurley o Aliette de Bodard; los autores con orígenes diversos, como Ted Chiang, Ken Liu, Nnedi Okorafor o Anna Starobinets; los clásicos vivos relanzados por otros lenguajes, como Margaret Atwood, China Miéville o Andrzej Sapkowski. Y, más cerca, Marc Pastor, Carme Torras, Salvador Macip, Elia Barceló o Antoni Munné Jordà.
Nuestra sociedad está marcada por la evolución frenética de la tecnología, ¿Cómo afecta a los escritores de ciencia ficción?
—El gran cambio es en las predicciones a medio y largo plazo. La tecnología va tan rápido que resulta complicado no verse superado por ella en las obras literarias. Esa es una de las explicaciones del auge de lo simbólico, y lo que hace que haya más fantasía y más ciencia ficción light. La realidad ya nos satura con su velocidad y es muy difícil sorprender con algo muy distinto. Pero el reto es precioso, captar qué interesará a los lectores en breve, y seguro que no es estrictamente algo pandémico, me parece fascinante como creador, aunque no creo que la capacidad predictiva aporte ningún talento especial al autor. Como hacía Ballard, escribir para un futuro que ocurrirá dentro de diez minutos lo complica todo. Pero para eso está el arte.
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