Isabel y Carlos llevan toda una vida juntos. El próximo mes de diciembre cumplirán 48 años casados, un tiempo en el que la vida ha sido «un no parar», cuenta ella.
Sentada en la sede de Afaef (Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer de Eivissa y Formentera), mientras Carlos la mira atento, recuerda cómo era su vida hace apenas seis años. «Salíamos a hacer deporte, caminábamos seis kilómetros diarios, íbamos a la piscina, a clases de baile... y salíamos todos los domingos», cuenta sonriendo. En ese momento Carlos que estaba como ausente también sonríe. «¿Ves?, se acuerda», dice Isabel.
La enfermedad cambió sus vidas
En 2013, el alzheimer se cruzó en su camino. «Él no se notaba nada. Se lo noté yo. El día a día dejó de ser normal. Arrastraba los pies, no gesticulaba mucho al andar, tenía siempre la mirada ida...», explica Isabel. «Lo llevé al médico pero al principio nos dijeron que eran microinfartos», cuenta.
No contenta con el diagnóstico buscó otras opiniones hasta que dieron con el problema. Su marido tenía «principio de alzheimer y también parkinson», detalla.
La noticia fue «muy dura» tanto para ellos como para sus dos hijos y sus nietos. «al principio cuesta mucho asumirlo», dice.
Aún así, los primeros años la pareja seguía con casi todas sus rutinas. «Fue hace poco más ed dos años, en 2017 cuando empeoró», explica Isabel.
«Un día dejó de conocerme y yo no entendía por qué. Al resto de gente sí la conocía pero a mí no». recuerda. «Buscaba mi imagen de cuando yo era joven. Me decía ‘Llama a mi mujer. ¿Dónde está mi mujer?' No me dejaba ni tocarlo porque pensaba que estaba engañando a su esposa», cuenta.
Esta situación hizo que Isabel se planteara buscar ayuda. «Era todo muy nuevo para mí. Tuve que ir a un psicólogo», explica.
Ahora, con el paso del tiempo, se le ve tranquila hablando del tema. «Es duro, pero ya voy aceptando que esto es lo que hay», dice.
«Me explicaron que es normal que a veces no me reconozca. Suele pasar con las personas que más tiempo pasan o que más quieren», señala.
Sus rutinas han ido cambiando. Carlos se ha convertido en una persona dependiente y «necesita ayuda para todo». Su familia es su bastón de apoyo. «Hay que darle de comer porque no sabe coger la cuchara, ducharlo o acompañarlo si quiere salir de casa», detalla su mujer. «Antes lo hacía yo todo sola pero ahora delego un poco más. Por las tardes se lo lleva mi nieto a pasear, mi hija le da de comer...». Así, entre todos cuenta que es más llevadero.
«Intentamos disfrutar de los días que está bien, porque tiene días buenos en los que nos reímos mucho con él. Tiene salidas muy buenas», comenta mientras aprovecha para contar una anécdota reciente. «Hace unos días estaba con su nieto y le dijo ‘tetas flácidas' y tenías que haberlo visto correr detrás de él, como si estuviera bien. Lo tuve que grabar y todo porque no me lo creía», dice con añoranza.
No obstante, Isabel explica que esas cosas pasan en familia. «En los sitios donde hay mucha gente se pone nervioso, le molestan mucho los ruidos...» Algo tan sencillo como ir a hacer la compra, para ellos se ha convertido en algo complicado. «A veces lleva el carrito pero se queda parado en mitad del pasillo porque piensa que va a pillar a alguien y tengo que tranquilizarlo o en los restaurantes, si vamos a cenar y hay mucho jaleo enseguida se quiere ir», explica su mujer.
Apoyo de Afaef
Isabel insiste en que «la asociación nos ha ayudado mucho».
Carlos suele pasar las mañanas en la sede de Afaef, en Isidoro Macabich. «Aquí tiene actividades que le ayudan a estar activo, juegan al biengo y lo sacan a pasear», detalla. «Hay días que le cuesta quedarse pero a la hora de volver a casa nunca quiere», dice entre risas, mientras Nelida, la educadora social que nos acompaña mientras hablamos, asiente riendo también y añade que «eso es buena señal».
En la asociación atienden a un total de 168 personas entre enfermos de alzheimer y familiares.
«Trabajamos mucho la estimulación cognitiva y con actividades de repetición pueden llegar a aprender cosas nuevas», explica Nelida.
Actividades que a Carlos le están haciendo mucho bien. Su mujer, dice que cuando fue por primera vez a la asociación iba en silla de ruedas. «Ahora, aunque despacio, camina», explica.
Eso sí, «también influye mucho la medicación. Yo, con el permiso del neurólogo le quité la de la noche porque lo tenía completamente anulado», dice Isabel. «Le doy aceite CBD de marihuana y está muy bien», explica.
La vida les está enseñando a vivir de otra manera y ella lo ha aceptado y, dentro de lo que supone esta nueva situación, se muestra feliz.
«No sirve de nada quejarte cada día. Eso te hace más daño. Hay que adumirlo y seguir adelante».
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