«Primero hay que freír el pollo y apartar para que no se rompa, y después, el cuello del cerdo y las costillas que no chuletas», explicaba. Luego se trocea y cuece «poco» el hígado, para que no quede duro y seguidamente «se añaden los pebrassos, el ajo, el perejil y el sofrito con pimiento verde y rojo, cebolla y tomate». Esta es la base que condimenta la carnaza de Catalina, mientras a un lado hervía una olla con el caldo de pollo, que seguidamente añadió a la paellera.
Durante el proceso, las presentes entablaron una tertulia gastronómica, compartiendo las costumbres y preferencias de cada casa. Es el caso de Neus, que se aquejaba de que el problema ahora en los restaurantes es el punto del arroz, «el punto es que no tenga ‘corazón' cuando se mastica. Hay que tener cuidado porque ahora el arroz es más duro que antes». También apuntaba Neus que el uso de ingredientes puede variar de un municipio a otro y, casi susurrando, confesaba que en la zona de Santa Eulària añadían guisantes a la receta «incluso triturado», para que pasara desapercibido.
Catalina ha heredado la receta de su madre y la revela a sus hijas, interesadas en mantener un plato autóctono que, gracias a la tradición culinaria familiar, sobrevive y prospera. Aunque ella, improvisa y se adapta a los tiempos. En el centro llevan 10 años disfrutando de la cocina ibicenca de temporada y en Semana Santa harán «cuinat», tal y como contaba Neus. Ayer fue día de arroz, y ensaimada y brazo gitano de postre.
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