La importancia que tiene la amistad en nuestras vidas es incuestionable. Somos seres sociales por naturaleza y establecer relaciones con otras personas es algo consustancial a nuestra existencia como género humano.
Las personas que establecen relaciones sociales de calidad cuentan con un buen “colchón” a la hora de atravesar los múltiples embates de la vida.
Además de servirnos de apoyo y de acompañarnos en nuestro camino vital, cualquier actividad que realicemos, siempre tendrá más valor y más riqueza si es en compañía de nuestros amigos.
Como se suele decir, un buen amigo está no solo para lo bueno, sino también, y sobre todo, para lo malo. Es en los momentos difíciles cuando podemos comprobar cuál es realmente la calidad de las amistades que tenemos. Indudablemente, en este tema, es muchísimo más importante la calidad que la cantidad.
Pero, ¿qué significa tener buenos amigos? ¿Qué es lo que le otorga esa calidad a las relaciones que establecemos?
Para exponer este tema, me gustaría servirme de un símil que escuché una vez para clasificar a los tipos de relaciones que podemos tener. Según el mismo, habría tres tipos de personas:
- Personas “cohete”: Son personas que nos apoyan y nos impulsan a dar lo mejor de nosotros mismos. Al lado de este tipo de personas, nos sentimos fuertes, seguros, imparables, capaces de conseguir cualquier cosa que nos propongamos.
- Personas “corcho”: Este tipo de personas, no nos aportan nada extraordinario, pero, tampoco nos coartan a la hora de perseguir nuestros objetivos. Con estas personas, simplemente, “flotamos” sin más.
- Personas “plomo”: Son ese tipo de personas que nos frenan, nos anulan, incluso nos hunden. Con este tipo de relaciones es imposible que podamos llegar a dar lo mejor de nosotros mismos.
Según esto, sería importante para nuestro bienestar que nos diéramos cuenta de qué tipo de personas nos rodeamos y de cómo nos sentimos cuando estamos con ellas.
Plantearnos las siguientes preguntas, quizás, nos puede ayudar:
Cuando estamos con nuestros amigos, ¿podemos ser nosotros mismos, sin ningún tipo de impedimento? ¿Podemos hacer o expresar lo que deseemos en cada momento, sin sentirnos juzgados ni coartados? ¿Nos sentimos libres, aceptados, respetados, apoyados, cuidados, escuchados, confiados, acompañados?
Si la respuesta es sí, sin duda, nuestros amigos son de primerísima calidad y podemos sentirnos muy contentos y agradecidos por ellos.
Y, esta atípica clasificación, quizás, nos puede servir también para darnos cuenta en nuestras relaciones de, quiénes son verdaderamente buenos amigos incondicionales, y quienes son simplemente conocidos, o compañías que nos sentimos obligados a mantener por cuestiones familiares, de trabajo, de vecindad, etc.
Es cierto que, muchas veces, por las cuestiones comentadas anteriormente, no podemos elegir a todas las personas que están en nuestra vida. Pero sí podemos decidir “alimentar” esas relaciones que más nos enriquecen y, en cambio, no dejarnos arrastrar por las otras que, simplemente, cumplen una función práctica en nuestro devenir diario, y son también necesarias, pero, no merecen que invirtamos en ellas nuestro tiempo y energía. Y, evidentemente, no merecen que sean incluidas en la categoría de “Amistad”, sino que, simplemente, son compañeros, conocidos, colegas, etc.
Y, claro está, siempre podemos tener una actitud positiva con estas personas. Si están en nuestras vidas, y, por el motivo que sea, no podemos dejarlas ir, siempre podemos poner límites sanos y respetuosos con ellas y darnos cuenta de todo lo que podemos aprender a su lado, pues, sin duda, siempre hay algo positivo y valioso que aprender.
Y, por supuesto, este pequeño “debate” sobre la amistad, no estaría del todo completo, si no le diéramos la vuelta a la cuestión y miráramos la otra cara de la moneda: la que se refiere a nosotros mismos.
Una relación siempre va en doble dirección y es una interacción de ida y vuelta, por lo que, nuestra implicación y responsabilidad es primordial.
Es importante recordar que no podemos cambiar a los demás y decidir cómo queremos que sean o se comporten. Eso solo podemos hacerlo con nosotros mismos.
Llegados a este punto, la pregunta crucial es: ¿qué tipo de persona somos nosotros para los demás? ¿Somos “cohetes”, “corchos” o “plomos”?
Bajo mi punto de vista, plantearnos esto es importantísimo y nos puede aportar mucha luz a la cuestión de las relaciones que tenemos en nuestra vida.
Siempre acabamos por recibir lo que damos. Entonces, si resulta que hay muchas relaciones “plomo” en nuestra vida, quizás, cabría preguntarse si no será que nosotros mismos estamos siendo también “plomos” para los demás.
¿Cómo tratamos a nuestros amigos? ¿Les aceptamos tal y como son incondicionalmente, o nos pasamos el día criticándoles, juzgándoles, corrigiéndoles? ¿Nuestros amigos pueden contar con nosotros cuando lo están pasando mal? ¿Estamos ahí para ellos, cuando nos necesitan? ¿Pueden expresar lo que sienten o necesitan con absoluta confianza, cuando están con nosotros? ¿Pueden simplemente ser ellos mismos, con total libertad?
Según esto, quizás, podría servirnos aquello de “Dime qué tipo de amigos tienes y te diré qué tipo de amigo eres tú”. Y, profundizando en ello, seguro que podemos mejorar mucho las relaciones de nuestra vida.
Y tú, ¿tienes buenos amigos?
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