Por su forma de hablar pausada y tranquila no parece que Sigfried Mier haya pasado parte de su infancia en los campos de concentración nazis de Auschwitz y Mathausen. Sin embargo, este alemán que nació en Francfort en el seno de una familia judía hace 77 años y que llegó a Eivissa en el año 1967, es una de las pocas personas de las que pasaron por allí y aún están vivas.
Por eso desde hace unos años se dedica a contar su propia experiencia a estudiantes, como hizo ayer por la mañana a los jóvenes del IES sa Blanca Dona, en una charla coordinada por Luis Ruiz Val, presidente del Fórum per a la Memòria d´Eivissa i Formentera.
Y es que Meier asegura que «nunca se puede ignorar lo que sucedió en el pasado». Por eso cree que el proceso que se ha iniciado en España de recuperación de la memoria histórica «es totalmente necesario, aunque no dentro de un espíritu de revancha o de odio, sino porque los jóvenes tienen que conocer el pasado sin complejos».
«Siempre se puede perdonar»
Desgraciadamente en ocasiones el pasado vuelve para pasar factura, como le sucede a Meier cuando cuenta que «después de todo lo que he vivido en los campos de concentración, no he regresado nunca a Alemania porque no soy masoquista y además cuando oigo a alguien hablarlo aún se me ponen los pelos de punta».
A pesar de eso asegura que su corazón ya no alberga odio hacia todos aquellos que le hicieron tanto daño a él y a su familia, porque «aunque parezca incomprensible la vida me ha hecho muchos regalos». Por eso, afirma que «siempre se puede perdonar porque el tiempo todo lo cura y porque los alemanes de hoy en día no tienen la culpa de lo que hicieron las generaciones pasadas».
Sin embargo afirma que siempre hay que estar alerta ya que «en la historia todo tiende a repetirse, como se demuestra que en la antigua Yugoslavia o en muchos países musulmanes se han producido no hace mucho limpiezas étnicas parecidas a las que hizo el régimen nazi con los judíos hace setenta años».
Algo que, entre otras cosas, se debe porque según Meier, «la maldad es algo innato al ser humano y el hombre es el único animal que es capaz de evolucionar para acabar con alguien de su especie».
Por eso Meier está «especialmente preocupado por el actual ascenso que está viviendo la ultraderecha en algunos lugares de Europa». En este sentido critica abiertamente las políticas de deportación de rumanos que se están llevando a cabo en Italia o las políticas llevadas a cabo en Francia por el gobierno de Nicolas Sarkozy porque «me recuerdan a todo lo que pasó en Alemania cuando ascendió el nazismo y provocó el desenlace que desgraciadamente todos conocemos».
Dando gracias a la vida desde que tenía 11 años
A pesar de todo lo que sufrió en su infancia Sigfried Mier se considera un afortunado porque tuvo «la suerte y la fuerza necesaria para sobrevivir a los campos de concentración de Mathausen y Auschwitz». No en vano, la historia de su vida que contó a la gran cantidad de jóvenes que poblaban la biblioteca del Instituto sa Blanca Dona parece sacada de una película.
Mier nació en Francfort en el seno de una familia profundamente judía formada por su padre rumano y su madre, una ciudadana alemana. Cuando tenía nueve años le sacaron de su casa junto a sus padres para montarles en un autobús rumbo al infierno del campo de concentración de Auschwitz, donde entró en los brazos de su madre quien, desgraciadamente, a los dos meses se contagió del tifus por la falta de higiene que reinaba en el campo y tuvo que ser ajusticiada por sus propias compañeras de barraca con una inyección de aire para evitar su sufrimiento. En ese momento fue trasladado al módulo de hombres donde el tristemente famoso doctor Josef Mengele hacía experimentos con gemelos y dónde logró sobrevivir conviviendo junto a jóvenes soldados rusos a los que admiraba por su valor.
Tras un ataque de los partisanos yugoslavos a un tren en el que viajaba, tuvo que caminar bajo el frío del enero alemán desde Auschwitz a Mathausen, a dónde llegó sin recordar cómo y donde, tras un acto de valentía al no querer cortarse su pelo rubio, logró el favor de uno de los capos del campo famoso por matar a judíos con sus perros.
Allí conoció a republicanos españoles, entre los que estaba Saturnino Navazo, ex jugador del Atlético de Madrid, que gozaba de privilegios por organizar partidos entre las distintas nacionalidades. En él encontró el amor de padre que nunca había sentido, hasta tal punto que una vez liberado el campo por los norteamericanos, marchó con él a Toulouse, donde empezó una nueva vida lejos de tanto infierno.
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