Los participantes ponen en práctica los conocimientos aprendidos durante la clase. | TONI MILIAN
La flaüta, el tambor y las castanyoles son cosa de hombres». Es lo que le decían a la balladora Raquel de pequeña, debido a la imagen de machismo con la que siempre se ha asociado el ball pagès. No es así, como explicó ayer Marc, ballador de sa Colla de Llabritja, en el taller ofrecido en el Centre Artesà Tradicionàrius de Barcelona (CAT), «se trata de un baile de cortejo en el que la mujer lleva el paso y el hombre le sigue enérgicamente».
Como parte de las celebraciones de las fiestas de Gràcia, que desde hace cinco años cuentan con una Diada de les Pitiüses, los expertos en el arte de la curta y la llarga relataron a los asistentes los antecedentes historicos del baile. A renglón seguido, se ponían manos a la obra con quienes, al menos por un día, se convirtieron en sus alumnos.
Los chicos imitaban a los balladors Marc y Aitor, mientras que las chicas aprendían las técnicas que les explicaban Raquel, Helena y Marina: «Lo fundamental es no mover la cabeza nunca para bailar. Tiene que ir rígida».
Ya aprendidas las nociones básicas, era hora de ponerlas en práctica sobre la pista. Una pareja tras otra ensayaba el baile «hasta que salga del todo bien», se animaban unos a otros. Uno de los aprendices, por su parte, comentaba animado que los pasos «irán muy bien para desenvolverse en una discoteca».
Pasadas las nueve de la noche, los 15 asistentes recogían sus cosas con la lección bien aprendida: «Es bonito ver que hay gente que se interesa por nuestra cultura», apuntaba como cierre final Marina Sureda, organizadora del evento.
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