Cinco hectáreas que albergan alrededor de 2.500 árboles frutales de los que se consiguen las mermeladas artesanales de Can Malacosta: «Tenemos la finca desde hace 14 años, pero nos lanzamos hace tres a elaborar mermeladas por una razón muy sencilla: todo lo bueno que tenemos en la isla siempre ha venido de fuera; nosotros teníamos los árboles y las instalaciones y por eso decidimos empezar a impulsar estas mermeladas», explica Vicente Roig, que se encarga de todo el proceso de creación, desde la recolección de la fruta, en la que además participan otras dos personas, hasta el envasado.

El proceso de creación se inicia con la recogida de la fruta: «No podemos hablar de un inicio concreto porque, por ejemplo, el melocotón empezamos a recogerlo hace algunos meses y hemos acabado ahora, en septiembre».

El primer paso es saber identificar si la fruta se puede coger del árbol: «Normalmente, la gente que compra fruta quiere que esté durita y que sea dulce, pero para hacer mermelada tiene que estar madura. Para saber si se encuentra en el punto justo hay que apretarla con los dedos, hacer un poco de fuerza, y ver que está blandita. Ahí es cuando la podemos coger del árbol».

Las piezas más pequeñas, según cuenta Roig, se quedan en el árbol para que continúen con el proceso de maduración: «El azúcar que consigue la fruta en el árbol no se consigue con ningún endulzante industrial», puntualiza este artesano de las mermeladas. Con la cesta llena de piezas frutales, Roig pasa a desinfectarlas durante media hora. A este paso le sigue un cuarto de hora de aclarado: «El siguiente paso es deshuesar cada pieza una a una. De ahí pasamos a la cocción, que dura alrededor de tres horas». Más tarde procede al triturado y posterior envasado: «De ahí pasa al baño maría durante 45 minutos para el pasteurizado». Y con la etiqueta ya puesta a los estantes de los supermercados: «El sabor de estas mermeladas no tiene nada que ver con el de las primeras marcas; se nota que es un producto artesanal», cuenta Roig. María José Real