Un hombre saluda al obispo del pueblo de Es Canar mientras este bendice a los carros según van pasando por delante de la pequeña capilla del pueblo. Fotos: TONI MILIAN

Es Canar proponía ayer una cita con la tradición. Con motivo de la celebración del día de su patrón, Sant Cristòfol, el pequeño pueblo se echó a la calle para participar en varias actividades llevadas a cabo durante todo el día.

Poco antes del mediodía, el obispo Vicente Juan Segura comenzaba la misa honorífica a su patrón, a la que asistieron aproximadamente 150 personas, lo que supuso el lleno de la capilla. Eran muchos los turistas que se aproximaban a echar un ojo a la zona, viendo la congregación de gente y el interés despertado. Charlotte, la madre de una familia francesa, explicaba a su pequeña hija de qué trataba la misa. Poco después, comentaba a una mujer de Santa Eulària: «Justo venimos de vacaciones y son las fiestas del pueblo. Está muy bien, porque hay muchas cosas por hacer».

Minutos antes de las una, el coro de Sant Carles entonaba una canción para poner fin al discurso del obispo, que informaba del desfile de carros que se celebraba a continuación. La gente se apiñaba en las pocas sombras que ofrecían los árboles y esperaba a los caballos, que no se hicieron esperar ni un segundo. Uno tras otro los carros desfilaban por el camino asfaltado, lo que supuso más de un susto para los caballos, que no podían evitar algún que otro resbalón. Catalina lo comentaba con su amiga: «Es que antes esto era un camino de tierra, pero ahora que está asfaltado los caballos les cuesta ir bien. Además, es un poco cuesta abajo». Marga, una niña de 6 años, le preguntaba a su madre por qué el obispo les tiraba agua a los carros. «No les tira agua, les rocía con agua bendita», explicaba Josefa, residente en es Canar desde hace años.

Una vez la veintena de carros había pasado, todos se apresuraban hacia la parte baja del pueblo, donde empezaba el concurso de paellas. Un concurso al que se sumaron más de un centenar de personas. Paellas de carne, de marisco, otras con verduras... Pero todas con un aroma que, sin duda, invitaba a quedarse. María, cocinera de una de estas paellas, comentaba divertida: «Hemos hecho la paella más grande, ¡que hay un premio de 1.000 euros!». Su marido, por su parte, invitaba a los más curiosos a probar el caldo: «Es que yo ya no sé si está demasiado soso o nos hemos pasado con la sal».

Con todo, el vino payés y la música no faltaba en ninguna mesa. Como comentaba Joan mientras hacía su paella, «por Sant Cristòfol siempre se puede derrochar un poco».

Marina Bonet