Sandra Tartaglino es una de las prestigiosas tatuadoras profesionales con las que cuenta la isla. Su estilo tribal étnico es claramente identificable pues se centra en el tatuaje maohí o polinesio, proveniente de Tahití, una isla en la que ha pasado siete años de su vida adentrándose en las creencias, la vida y el arte de estos diseños ancestrales.

«Fui a Moorea en Tahití para visitar a una amiga de la universidad que era de Polinesia y me enamoré de la isla, así que decidí quedarme allí», comentó Sandra, que añadió: «Así aprendí el arte de la pintura sobre tapa, la piel del árbol, sobre la que estampaba los símbolos y las leyendas».

Una aventura que la llevó a recorrer Europa haciendo convenciones en las que explicaba la moda de los tatuajes étnicos que imperaban en estas islas. «Los tatuadores iban a los museos y copiaban diseños que eran de familias colocándolos donde no tocaba o sin conocer su significado, así que decidimos hacer convenciones para explicar a los tatuadores estos diseños». Tras su viaje por el Viejo Continente, decidió fijar su residencia en la Pitiusa mayor, donde ya lleva 14 años. «Me gusta Eivissa, porque aquí nos sentimos un poco más libres. Es muy cosmopolita y la gente, muy abierta. Cuando llegamos en 1995 no había ninguna tienda de tattoo así y, al siguiente año, ya había siete tatuadores en la misma calle», aseguró acerca de una isla que presume de concentrar durante la temporada estival a los mejores maestros en el arte de vestir la piel. Desde su estudio Tahiti-Tiki Tattoo decora la piel con los más de 5.000 símbolos portadores de significado que esconden los dibujos abstractos de estos diseños. «Es un lenguaje complejo que puede cambiar de significado dependiendo de cada isla: respeto, armonía, paz, amor, libertad, clase social, la familia o los elementos de la naturaleza, que para ellos son sus dioses», aseguró Sandra, que destacó la importancia de «el etua o la intuición del tatuador, que es el que pone el tiki o guardián protector dentro del dibujo y que es diferente para cada persona». Unas creencias que llevaron a los guerreros de la Polinesia a tatuar todo su cuerpo desde el cuello hasta los pies o, inclusive, la cabeza. Se trata, no obstante, de una costumbre mal vista por los colonos que llegaron a estas islas. «Ellos ahora tienen un pie en el pasado y otro en el presente. Los colonos mataron a muchos guerreros que iban tatuados porque pensaban que eran criaturas del demonio y estos se vieron obligados a vivir de acuerdo a otras creencias», precisó la tatuadora, que también aprendió a dibujar directamente sobre la piel. «La manera tradicional de hacerlo es golpeando la piel con colmillos de jabalí impregnados en tinta realizada a base de agua de nuez», explicó.

Ahora, Sandra aprovecha cualquier ocasión para volver a Moorea y, pese a que al llegar a Eivissa tuvo que vestir sus pies con zapatos y dejar de adornar su cabeza con una flor, asegura que desde su estancia en la Polinesia «ha aprendido a vivir en equilibrio con la naturaleza».

Irene Luján