El hipódromo de Sant Jordi se convierte todos los sábados en un espectáculo para la vista y una tentación para el bolsillo, un espacio que pese a su enorme crecimiento y la incorporación de nuevos géneros conserva aún intacta la esencia y el encanto que le vio nacer hace más de doce años cuando un francés emprendedor, llamando Bernard Clavier, aunó a varios artesanos de la isla a reunirse, en este recinto. Desde entonces ha pasado ya mucho tiempo y los 20 puestos iniciales se han convertido en pequeñas callejuelas que albergan más de 150 paradas. En ellas, el visitante puede encontrar: ropa nueva o de segunda mano, novelas redactadas en todos los idiomas, cds de música, aparatos electrónicos, zapatos, plantas, relojes, juguetes, joyería y artículos del hogar, así como productos textiles con objetivos benéficos, como los que pone a la venta la ONG Remar.

«Creo que es el mercadillo más auténtico que tiene la isla, por la mezcla de gente que viene aquí y la gran variedad de cosas que puedes encontrar», comenta Mery, una de las primeras comerciantes con las que contó el mercadillo. Como ella, tantos otros artesanos y comerciantes se levantan a las seis de la mañana para colocar minuciosamente su mercancía y esperar que la llegada de los visitantes de paso al regateo. Por este motivo, aseguran que para ellos trabajar aquí es más un hobby que un trabajo.

«Yo soy jubilado y vengo por distracción, porque ahora hay muchos puestos y ya no se vende tanto. Ha aumentado la competencia», aseguró Francisco frente a su puesto de filatelia.

Entre lo más sorprendente y atípico podemos encontrar: un microscopio, una máquina de escribir antigua, un cambiador y otras tantas reliquias que parecen sacadas de una película de época y que harían las delicias de más de un anticuario.

No obstante, en este rastro también hay espacio para los creativos. Éste es el caso de Uriel Cazes, quién muestra y realiza en vivo cuadros inspirados en monumentos y lugares representativos de la isla y la Península. «Suelo realizar exposiciones y venta de obras, pero también me gusta venir aquí los sábados, porque me encanta el ambiente, la mentalidad abierta de las personas. De hecho, llevo tres años viniendo», explicaba el artista de Israel. Y es que en sus puestos se puede sentir un aire de informalidad que se acompaña por los sonidos de los timbales y los malabares con pequeñas pelotas de algún valiente cuyo vestuario nos recuerda a las viejas vestimentas de los juglares.

Sin embargo, los comerciantes lamentan que desde hace unos años ya no se permita la venta de comida casera o fruta en el mercadillo. «Es una lástima que Sanidad lo prohibiera, porque esto hacía que la gente se quedara más tiempo recorriendo los puestos», explicaba Salomón. Por su parte, Victoria recordaba como hace años el hipódromo se llenaba de personas de todas las nacionalidades que traían tortas, pasteles y cócteles de sus respectivos países. «Antes era muy bonito, porque veías a los argentinos ofreciendo el mate, a las señoras con cocas caseras... y ahora sólo nos dejan poner puestos como el mío, de castañas o churros», comentaba Victoria Cubero.

Irene Luján