Christian es colombiano, Moshab marroquí y Diego de Paraguay. Los tres cursan segundo de primaria en Blancadona, donde comparten su pasión por el fútbol, que demuestran dándole al balón todos los recreos. Entre ellos no hay problemas de racismo, ni prejuicios. Tampoco les cuesta entenderse entre sí. Todos hablan catalán y castellano, aunque a veces sólo les basta conocer el idioma de los niños. «Entre ellos tienen una lengua propia. A veces cuando les veo hablar animadamente en el patio y me doy cuenta de que son recién llegados pienso: ¿qué se estarán diciendo?», explica Amaya Olariaga, tutora de un curso de tres años en el que conviven holandeses, paraguayos, rumanos, italianos, filipinos y ecuatorianos, además de mezclas entre ibicencos y otras nacionalidades. Es un ejemplo perfecto de cómo son las aulas de Blancadona, en las que prima la multiculturalidad: de los 445 alumnos que hay, un 45 por ciento son de otros países, algo que confiere una gran riqueza cultural al colegio, pero que requiere también de un gran esfuerzo por parte de los maestros. Lo más complicado es que los niños recién llegados de sus países puedan integrarse de forma más o menos rápida en el curso, que muchas veces ya ha comenzado. «Tenemos maestros de acogida lingüística que en los primeros momentos les dan un refuerzo intensivo para que aprendan el idioma», explica Isabel Cardona, directora del centro, que añade que el trabajo es más sencillo con los alumnos latinoamericanos puesto que ya conocen una de las dos lenguas de la comunidad autónoma. Más difícil es enseñar a rusos, rumanos o marroquíes. Pero todo se consigue a través de juegos.

Lo curioso es que pese a que aprenden en catalán y cuando son pequeñitos hablan este idioma para relacionarse entre ellos, llegada a una cierta edad cambian al castellano. «No sabemos por qué», comenta Cardona. En cualquier caso, los resultados son satisfactorios y así lo demuestra el hecho de que niños que llevan sólo un par de años en Eivissa puedan hablar ambas lenguas con fluidez. Es el caso de Safae, de Marruecos, que vino con cinco años. «Al principio me costó un poco, pero ahora ya soy la que mejor hablo de toda mi familia, mejor que mi hermano mayor», dice orgullosa.

Lo que está claro es que Blancadona tiene una gran experiencia en acoger gente de fuera. «Ahora ya ocurre en más centros de Eivissa, pero nosotros, al ser una escuela que no tiene barrio, siempre hemos tenido mucha diversidad. Y la verdad es que es para estar orgullosos, porque el esfuerzo que hacen los maestros aquí es superior al que se hace en otros colegios», puntualiza la directora, que destaca también la gran labor que hacen las tutoras para llevar adelante las clases, ya que entre los alumnos no hay homogeneidad.

Otro de los problemas a los que se enfrentan es la gran movilidad, porque hay muchas altas y bajas. «Quizás hemos trabajado intensamente con un niño durante unos meses y cuando ya hemos conseguido que se integre se va».

Pero el hecho de contar con tanto alumnado extranjero también hace que sea un centro enormemente acogedor. Sandra Vega, tutora de segundo curso, resalta que los recién llegados se sienten muy arropados. «Los alumnos son muy acogedores y cuando viene un niño nuevo incluso se pelean por estar con él».

Y si la lengua no es obstáculo, tampoco lo son las diferentes culturas, aunque hay algunos temas espinosos. «Nos resulta un poco complicado hablarles de la Navidad o los Reyes Magos, porque hay niños que no lo celebran en casa».

Trabajar con tal diversidad, a pesar de ser muy enriquecedor, también necesita de mayores recursos. «En este centro hay problemáticas asociadas y necesitaríamos una presencia mayor de la trabajadora social y de la psicopedagoga, porque estamos desbordados», reclama Cardona, a la que también le gustaría que se subvencionara el servicio de comedor. «Cuesta seis euros al día y hay muchos que no se lo pueden permitir», dice Isabel, que sostiene que si fuera más barato los niños se quedarían a comer y se podrían hacer más actividades por la tarde. Claudia Roig