Rafaela asegura que lo tienen muy difícil para encontrar pareja porque muchos reniegan de ellas en público. Foto: GERMÁN G. LAMA

Pese a que en su DNI figura el nombre de Rafael Santamaría, siempre le han llamado Rafaela o «la rafa». Ya desde niño le atrajo mucho más el mundo femenino y explica que cogía cualquier cosa, «los cordones de los zapatos o el babero», y se los ponía de peluca. Hace tres años comenzó a hormonarse para convertirse en mujer y en cuanto pueda se operará para cambiarse de sexo. Viste de mujer, va maquillada y tiene el pelo largo y, si puede, antes del verano quiere ponerse un poco más de pecho. «Yo tengo 42 años y lo ideal es comenzar el proceso mucho más joven, en la adolescencia.Tengo amigas que lo iniciaron ya a los 15 y el cuerpo se adapta mucho mejor», explica Rafaela, que no empezó antes por temor a la reacción familiar. Hubo otra razón de peso y es la falta de oportunidades laborales si iniciaba la hormonación. «Yo vivía en Madrid y podría haber comenzado el proceso en la época de Bibiana Fernández. Pero no lo hice porque sólo podría haber trabajado en la calle. No te cogían en otro empleo si veían que querías convertirte en mujer. Y yo nunca he querido trabajar de prostituta, porque he visto a mucha gente acabar muy mal», explica Rafaela, que ha esperado muchos años para poder cambiar de sexo. Ahora lo ha hecho porque vive lejos de su familia y porque ha conseguido el apoyo total por parte de sus jefes en su trabajo de camarera. No se lo ha dicho abiertamente a su familia, aunque dice que, sobre todo su madre, siempre ha sabido que acabaría siendo mujer. De hecho en su casa siempre se han referido a ella en femenino.

Rafaela nota más rechazo por parte de la gente joven y durante muchos años ha aguantado los insultos de «mariquita» o «afeminado». Pero, en general, hay respeto, aunque los transexuales no lo tienen nada fácil. «Lo pasamos muy mal, no sólo nos tenemos que abrir paso en una sociedad en la que nos ponen muchas trabas, si no que además, si queremos operarnos, lo tenemos que pagar de nuestro bolsillo».

La operación para cambiarse de sexo cuesta unos 18.000 euros y es muy dolorosa. Previamente existe un periodo de hormonación en el que sí que pueden acudir a médicos de la Seguridad Social para que les aconsejen las cantidades que deben ingerir. El siguiente paso es pasar el examen de un tribunal médico en el que estudian, también a través de un reconocimiento psicológico, si la persona realmente está preparada para cambiarse de sexo. «Está todo muy vigilado. Hay que estar concienciado de lo que supone, porque pese a que las intervenciones quirúrgicas han avanzado mucho y ahora te dejan cierta sensibilidad, hay que renunciar a muchos placeres», explica Rafaela, que asegura que tiene amigas que se suicidaron después de haberse hecho la operación.

Rafaela no tiene ninguna duda. Ella siempre quiso acabar siendo mujer y espera que pronto la sanidad pública pague estas intervenciones. Cree que hay tanto rechazo porque la sociedad relaciona la transexualidad con el vicio, las drogas y la prostitución. Algo injusto, según Rafaela. «Nacemos ya con un trauma porque no tenemos el sexo nos toca y encima nos lo ponen muy difícil. Y hay mucha gente que desiste. El proceso debería ser mucho más natural». Por eso considera muy positiva la propuesta del gobierno socialista de poderse cambiar el género en el DNI sin necesidad de estar operado. «Todas las que queremos cambiar de sexo hemos intentado colar nuestro nombre femenino, pero siempre nos lo borran». Claudia Roig