La integración de los niños discapacitados es para ellas todavía
una utopía. De alguna forma u otra, desde los estudios, el
voluntariado o desde labores como monitoras de tiempo libre, todas
enfocan sus días a ayudar a los niños que sufren algún tipo de
discapacidad, una dedicación que sólo es posible desde la
vocación.
Aseguran que la discriminación que estos niños padecen continúa
siendo una realidad que sólo será posible transformar con
información y concienciación social porque, según destacan, el
miedo y el rechazo todavía persisten en las Pitiüses.
Naiara Domínguez, Antonia Carreño y Maribel Rodríguez estudian
la carrera de Magisterio en Educación Especial en la sede de la
UIB. Antonia es voluntaria de Apneef, Maribel es monitora de la
Escuela de Tiempo libre y Animación S'Espurna, grupo dependiente
del obispado y en donde se encuentran registrados otros 600
jóvenes. Entre ellas también están Marina Castillo, que es
psicopedagoga y Amparo Aparisi que estudia la carrera de enfermería
y que junto a sus amigas, ayudan en los campamentos para
discapacitados, sobre todo, en los que realiza la asociación
Apneef, la única dedicada a los menores pitiusos que necesitan
cuidados especiales.
Los niños discapacitados pueden aprender y pueden progresar, así
lo asegura Maribel, que al igual que sus compañeros, dedicará su
futuro a enseñar estos niños especiales: «Simplemente tienes que
utilizar una metodología diferente por sus discapacidades. A los
niños normales también se les adaptan cosas porque no todos leen
igual de rápido ni hacen las actividades a la vez», asegura. Para
su compañera de universidad, Antonia, la educación no sólo tiene
que llegar al niño con discapacidad sino también a muchos
profesores que educan en colegios de integración. Según destaca,
«hay que hilar muy fino también entre los profesores, porque
nosotros estamos recibiendo una educación específica sobre
concienciación pero hay profesores que no la han recibido y sienten
algún rechazo; muchos que no quieren que profesores de educación
especial entren al aula y si dicen que no entras, no puedes hacer
nada».
«¿Cómo tienes valor? ¿No te da miedo?», son las preguntas que la
gente le hace a Maribel cuando dice a lo que se dedicará en el
futuro. Un 'miedo' a las diferencias que sufren nada menos que
niños pequeños, una sensación que desde cada una de estas chicas
tiene distintos aspectos según los casos: «Si el niño tiene muchas
deficiencias físicas para la gente es un impacto grande y le da
miedo. No saben cómo acercarse a ellos ni cómo tratarlos», asegura
Naiara, a lo que Amparo, la estudiante de enfermería, agrega:
«Además porque algunos pueden tener ataques epilépticos y ese
también es el miedo de no saber qué hacer».
Marina, desde su punto de vista de psicopedagoga, encuentra otra
respuesta: «Hay cuestiones que tienen que ver con los mitos donde
el papá tiene temor a que su hijo tenga contacto con otro niño con
un retardo mental porque piensa que no le va a estimular sino que
va a tener una regresión».
Contra éstas y otras barreras, ellas, como tantos jóvenes, se
preparan para luchar desde la dedicación hacia estos pequeños que
prefieren llamar «excepcionales». Un futuro que ven asegurado
porque según coinciden, «Todavía queda mucho trabajo por hacer».
Luciana Aversa
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