Se daban todas las condiciones en cuanto a posicionamiento para
disfrutar de un momento histórico en las Pitiüses, pero las nubes
irrumpieron en algunas zonas para dejar con la miel en los labios a
gran parte de la población. En otras, el eclipse anular -un
fenómeno que no se observaba en Eivissa y Formentera desde hacía
228 años- fue visible. A veces sólo a través de una delgada capa de
nubes, aunque esto no impidió la percepción del intenso círculo de
fuego que se dibujó durante unos minutos en los momentos de máxima
interposición de la Luna entre el Sol y la Tierra.
La Conselleria d'Educació había repartido entre todos los
centros educativos de Balears gafas fabricadas conforme a la
normativa europea para evitar daños en la vista. Fueron
insuficientes y algunos institutos, como el IES de Sant Agustí,
optaron por adquirirlas por su cuenta sufragando los gastos de su
presupuesto. Había que aprovechar la oportunidad de disfrutar del
eclipse, y no era posible de otra forma que tomando las medidas
necesarias para no dañarse la vista, tal y como habían aconsejado
los expertos. Aun así, algunos osaron mirar directamente
confundidos por la aparente filtración de la luz a través de las
nubes, peligrosa igualmente. Otros se apañaban con un cristal
oscurecido por la exposición al fuego. Más insensatez.
Los que no dejaron nada a la improvisación fueron los
profesionales y los aficionados de la Astronomía. Telescopios,
filtros, cajas negras, cámaras y ordenadores para transmitir las
imágenes obtenidas desde diversos puntos por la Universitat de les
Illes Balears a través de internet. Científicos de la Universitat
de Barcelona eligieron Formentera como lugar de observación debido
a su buena situación. A punto estuvieron de volverse sin nada
porque hasta pocos minutos antes de la ocultación el cielo estaba
cubierto. Milagrosamente se abrió un claro y tanto ellos como el
resto de la población pudieron disfrutar del momento.
La Torre d'es Savinar, en Cala d'Hort, y la Torre de ses Portes,
levantada en ses Salines, fueron también enclaves elegidos por los
observadores para instalar sus potentes lentes. En el colegio de
Sant Miquel los niños siguieron el acontecimiento a través de
refractores y telescopios, y en Can Cantó los alumnos se tuvieron
que conformar con verlo vía internet ante la imposibilidad de
hacerlo en vivo.
De una forma u otra, las Pitiüses fueron escenario de un
fenómeno extraordinario que sólo tiene ocasión una vez en la vida
de algunas personas. Más de dos siglos hacía que no ocurría por
estos lares y dos décadas habrá que esperar al próximo. Esperamos
ser testigos entonces.
I.M.
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