Hace diez y quince años que Octavio Labarta y Josefa Ferrer se
jubilaron como médico internista y anestesista, respectivamente.
Esta noche volverán a reencontrarse con algunos de sus antiguos
compañeros en la cena que se celebra con motivo de la conmemoración
de la festividad de la patrona, Nuestra Señora del Perpetuo
Socorro, en la que recibirán la insignia de oro por su dedicación a
la medicina. El Colegio de Médicos les entregará esta distinción
por sus 50 años de colegiación.
Esta pareja natural de Barcelona, que se conoció estudiando en
la Facultad de Medicina de Barcelona, lleva medio siglo en Eivissa.
Fue en 1955, cuando Octavio obtuvo una plaza de médico del
Ayuntamiento de Eivissa y la familia al completo, ya con dos hijos,
se vino a vivir a la isla.
Durante su etapa en la isla, primero, mantuvieron un consultorio
privado en la calle Montgrí y tras obtener la plaza de sus
especialidades pasaron «al primer hospitalito, el ambulatorio», que
hoy está ocupado por el edificio de Comisaría de Eivissa. «La
evolución de la medicina en Eivissa ha sido fantástica y
favorable», asegura Labarta, que recuerda que a su nieta le acaban
de operar de miopía en Eivissa. Ferrer, con cierta nostalgia,
lamenta «que se olvidaran del ambulatorio», ya que aseguran que el
despegue de la medicina en Eivissa fue en este ambulatorio.
«Cuando llegamos a Eivissa había una medicina general, una
cirugía aceptable y para de contar», recuerda Labarta. «Mi marido
trajo el primer electrocardiógrafo a la isla, que funcionaba con
pilas y lo llevaba al campo», añade Josefa Ferrer. «Conseguimos
practicantes y sueros. Hacer una medicina a nuestro nivel»,
rememora.
Hay múltiples anécdotas que aún conservan en su memoria, como
cuando vino Pilar Franco a Eivissa, la hermana del general
Francisco Franco, que estuvo al cuidado de Josefa Ferrer. «Me
acuerdo que me dijo si estábamos contentos. Le contesté que antes
no teníamos nada y ahora tenemos un adoquín, por lo que ya podemos
empezar la carretera para caminar». Octavio recuerda que en otra
ocasión recibió en su consulta a una señora que «tenía mucho dolor
de cabeza, que le saltaban los ojos y le saltó un ojo. Me llevé un
susto de muerte; el ojo era de cristal». Josefa Ferrer no olvida
cuando estaba reanimando un paciente tras una intervención y «no
paraba de decir el nombre de Carmen. Su mujer, que estaba allí, se
llamaba María».
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