El edificio de la plaza de toros de Eivissa vivió momentos de gloria en los años 70, pero desde que cerró en 1986 el recinto ha estado inmerso en un ocaso y en los últimos años sirvió de refugio a sin techo, toxicómanos, en definitiva, okupas que buscaron un techo en el antiguo coso taurino. El Ayuntamiento de Eivissa trató de poner coto a esta situación hace dos años tapiando la puerta. En aquella ocasión había cinco personas, pero eso no impidió que volvieran a entrar rompiendo la cadena de una puerta.

El comienzo de las obras de demolición de la plaza ha destapado la imagen más cruda que evidencia la vida en la calle ya que ha servido de cobijo para dos personas, un hombre y una mujer, que ocupaban, por separado, dos estancias de la parte superior del recinto.

Una de las estancias estaba repleta de todo tipo de objetos acumulados desde hace tiempo: muebles, maletas, ropa , un aparato de música, los restos de un jamón, un cuadro de decoración en la pared y abundantes restos de 'chinos', heroína que se quema en papel de plata para ser inhalada. Un colchón presidía la otra estancia, más desnuda, con objetos tan dispares como una muñeca, un osito de peluche y una aguja hipodérmica. En la pared, restos de sangre seca. En la zona exterior, varias sillas alrededor de una mesa donde había una lata de conserva de callos recientemente abierta que asemejaba la zona de comedor.

La Policía Local de Eivissa les avisó la demolición y que tenían que abandonar el edificio. Los agentes les informaron que si tenían alguna necesidad debido al desalojo acudieran a servicios sociales pero, de momento, no han recurrido a la administración.

Los dos 'okupas' llevaban cierto tiempo residiendo dado el número de objetos acumulados, al menos, por uno de ellos. «Debían de formar una díada y cada uno de ellos tenía su chabola», explicaron fuentes municipales de servicios sociales. El perfil responde a personas toxicómanas, sin trabajo, sin ingresos económicos ni apoyo familiar.

El Ayuntamiento de Eivissa realizó un estudio a finales de los 90 en la ciudad donde se detectó, al menos, la presencia de un centenar de personas viviendo en la calle, algunas de ellas familias. «Calculamos unas cien personas. Muchas pasan muy desapercibidas,y te cruzas con ellos en la calle y no piensas que son sin techo. En algunos es evidente el problema, pero en otros ni los sospechas que están en este escalón de la sordidez», rememora un trabajador social. Años despúes, la sordidez sigue en las ruinas del coso.