Tanto consumidores como comerciantes mostraban ayer su enfado con los precios de las verduras.

o hay quien toque las verduras. La espectacular subida de precios que ha sufrido en los dos últimos meses, y que en la última semana ha sido más fuerte todavía, ha propiciado que prácticamente sean sólo los bolsillos privilegiados los que puedan permitirse comprarlas con asiduidad.

Las heladas de los últimos días han afectado notablemente a productos como las judías, acelgas, calabacines o lechugas, que si hasta primeros de este mes habían incrementado su precio en un 30 por ciento, en la última semana han llegado incluso a duplicar su valor. Así ha pasado por ejemplo con la judía verde, que ayer en los puestos del Mercat Nou llegaba a alcanzar en algunos puestos los 10 euros por kilo cuando normalmente el consumidor la pagaba a algo menos de 5 euros. El calabacín se encontraba a 4 euros cuando antes rondaba los 1'90, y por la berenjena pedían 3'50 euros cuando su precio usual era de 1'80, y eso que ha llegado a pedirse por el kilo hasta casi 5 euros. «Los precios han subido una barbaridad. La gente lo nota y nos echan la culpa a nosotros, pero no es nuestra. Son muchos los intermediarios hasta que llega aquí», explica Marga Bonet, propietaria de uno de los puestos. Una de sus colegas, Catalina Ferrer, clamaba con vehemencia: «¡Esto es un desastre, una vergüenza! Todo ha subido más de la mitad, y sólo en una semana. Es carísimo. La gente cuando les dices el precio dice: '¡Hoy no comemos'», relataba.

Efectivamente, las paradas no estaban muy concurridas de clientes. Encarna, una compradora, daba fe del aumento de los precios: «Se nota, claro que se nota. Yo compro un poquito menos que antes, pero sigo haciéndolo porque es algo que no hay que dejar de comer», explicaba. Algo parecido decía Lina mientras recogía las bolsas que le daba la tendera: «Hay cosas que compras menos, o que en lugar de comprarlas dos o tres veces por semana sólo lo haces una vez», decía.

La explicación es que hay poco material para la demanda que hay. Pero a esto se le añade otro problema: la calidad de los productos se ha visto claramente mermada por el mal tiempo. El consumidor no sólo está pagando precios astronómicos en relación con el de otras temporadas sino que además se está llevando a casa piezas más pequeñas y en condiciones que no siempre son las deseables en cuanto a color o sabor. Quien no quiera rascarse el bolsillo tendrá que esperar a tiempos mejores. I.M.