Es una mujer fascinante, muy especial, y su sola presencia llama poderosamente la atención. A lo largo de mis años, que son muchos, he conocido y he tratado a una larga lista de personajes singulares y debo indicar que pocos me han llamado la atención e impactado como Aline Griffith, actual condesa de Romanones. Cuando la conocí en el año 71 era ya famosa y se la conocía entonces como Aline Quintanilla, condesa de Quintanilla, si bien con los años «ascendió» y pasó a ostentar el título más glamouroso de condesa de Romanones.

El «fenómeno» Aline es parecido al de Isabel Preysler. Aline aparece en España, creo que en la década de los 50, como una perfecta desconocida. Es una joven americana alta, bella, esbelta, atractiva, con buenos modales, enormemente ambiciosa; sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. Conoce a Luis Figueroa, conde de Quintanilla, y se casan. A partir de este momento su ascenso social es meteórico e imparable. Lo americano está de moda en España y con su marcadísimo acento americano, ella aprovecha la coyuntura perfectamente. Es hábil, decidida, ingeniosa, alegre, con gran desenvoltura, y empieza a destacar por su elegancia y su forma de comportarse. Al poco tiempo se convierte en la más condesa de todas las condesas, tal vez «demasiado» condesa, pero esto funciona muy bien en una joven americana.

En el año 71, primer año de la moda Adlib, Aline se ha situado en uno de los diez primeros puestos entre las mujeres más elegantes del mundo, y en esta difícil y exclusiva lista se mantiene durante muchos años. La invitamos a la primera Semana de la moda Adlib a través del Presidente del Fomento, Miguel García de Saez, y aceptó encantada. Aterrizó acompañada de sus hijos Àlvaro y Luis, un hermano suyo llegado de EE.UU. y una sobrina flaca y larguirucha nada agraciada. Del aeropuerto vinieron directamente al Fomento para cobrar el importe de los billetes de avión «porque llegaban escasos de dinero»: tacañería y desconfianza. Aquel año estaba también invitada, entre otros, Katia Ussía, que creo eran parientes políticas lejanas. Katia estaba en su gran momento y había hecho sus pinitos en teatro. Era una mujer muy guapa, una belleza española, aparecía en todas las revistas y todos nos dimos cuenta de que se detestaban; posteriormente comprobé que Aline despertaba bastantes antipatías. En realidad, a pesar de que se movía en Madrid como nadie y estaba en todos los saraos, había contra ella un cierto y sutil rechazo, no se le terminaba de aceptar plenamente. En una cena en Madrid en la que me tocó al lado una señora muy encopetada, cuyo nombre me callo, recuerdo que me hizo el siguiente comentario sobre Aline: «como puedes ver, en realidad, no es una de los nuestros». Esto me dejó pasmado y me dio que pensar.

Volviendo a la moda Adlib, no nos dejó tranquilos hasta que cobró sus billetes. Después debo reconocer que estuvo muy atenta con todo el mundo, asistió a todos los actos y especialmente a los medios de comunicación los cuidaba y atendía muy bien, me recordaba más a una modelo o una vedette, que no a una condesa, cuyo papel le interesaba mucho representar a la perfección.

Uno de sus hijos, Luis, conde de Velayos, se casó y luego se divorció de una bella joven de la alta aristocracia austríaca cuya madre, la Princesa Mani Sayn-Wittgenstein, pasaba largas temporadas en casa de Adi Vogel y Winnie Markus en Cala Tarida, donde la traté bastante. Explico esto porque la boda de Luis fue en Scholoss Fuschl, propiedad de los Vogel, magnífico castillo-hotel con unas impresionantes vistas. Adi me invitó a la boda, pero no fui.