Ibiza ha sido y sigue siendo una isla privilegiada por el
ambiente artístico que tiene y la fama de que ha gozado durante
medio siglo, pues ha sido un lugar de encuentro de artistas e
intelectuales. En Ibiza y Formentera se han instalado, de una forma
anónima la mayoría de las veces, los más variados personajes de
prácticamente todos los países, incluyendo los más lejanos y
exóticos. Todas las tendencias en pintura, todos los «ismos»,
incluyendo los más vanguardistas, se han podido admirar en nuestras
islas y esto le ha dado una personalidad y un renombre que pocos
lugares del mundo han conseguido.
Yo, que durante toda mi existencia he sentido un profundo
interés por el arte, he tenido la inmensa suerte a lo largo de toda
mi vida de estar muy en contacto con este mundo tan extraordinario,
fascinante y especial. Artistas, exposiciones, galerías de arte han
tenido siempre un enorme interés para mí y me ha servido como
experiencia muy enriquecedora siempre, y espero que ésta sea una de
las atracciones que nos ofrezca Ibiza, que nunca falle en el
futuro.
Ayer, sin ir más lejos, se inauguró una magnífica exposición en
«La Raspa» de tres damas: Sandra Whiteman, joyas en piedras
preciosas, Monique Decaudin-Le Roy, pintura sobre porcelana y Kiki
Lagier-Turzi, evolución sobre cristal. La exposición es magnífica,
teniendo además la suerte de ser un gran amigo de Monique y Kiki.
Con motivo de la exposición se ha reunido una nutrida
representación de la sociedad ibicenca, colonia extranjera y medios
de información. Podría decirse que no faltaba nadie, teniendo la
suerte de coincidir con tres grandes amigas: Monique, Leo y
Margarita, tres damas muy unidas entre ellas, cuya amistad es un
lujo y que tengo el honor de compartir de una forma cada vez más
sólida. Tenemos muchos amigos comunes, nos reunimos en sus casas
con frecuencia y debo admitir que son tres grandes anfitrionas,
todo generosidad y con una conversación amena y divertida llena de
anécdotas que no tienen desperdicio.
Estas inauguraciones traen a mi mente muchos recuerdos del
pasado ya lejano donde estos acontecimientos eran lugar de
encuentro de pintores, escultores, críticos y amigos. En este campo
Ibiza tuvo en el pasado dos galerías muy emblemáticas y
representativas: «El Corsario», con su famosísimo y legendario
«Grupo Ibiza 59» y la galería «Es Vedrà», con Iván Spence al frente
de la misma. Fueron los exponentes máximos de la Ibiza intelectual
y artística de la década de los 60. Recuerdo con especial cariño la
Galería Vedrá, pues de una forma muy activa participé en mi
juventud en su fundación y puesta en marcha. Estaba situada en Dalt
Vila, en un viejo caserón amplio y magnífico, con una escalera
señorial y magnífico jardín incluido. Se tiraron tabiques y quedó
con tres amplias salas, más terraza y frondoso jardín. El capital
lo aportó Iván Spence, un inglés grandullón y desgarbado,
inteligente, con gran sentido del humor, brillante, y con una fina
ironía muy inglesa. En su Inglaterra natal había ocupado
importantes cargos en el Partido Liberal. De repente lo dejó todo:
política, familia y negocios, y se instaló en Ibiza, donde para no
aburrirse decidió abrir una galería de pintura moderna, si bien
siempre confesaba que no entendía nada de las nuevas corrientes
artísticas, aunque con el tiempo llegó a adquirir unos buenos
conocimientos sin llegar a ser por supuesto un experto. Tenía
olfato para los negocios, y convirtió la galería en una especie de
club y lugar de tertulia, donde se reunía con sus amistades,
siempre fumando «celtas», bebiendo un pésimo vino tinto y leyendo
«The Times». Fue un personaje especial y pintoresco. Vivía en la
misma galería donde tenía sus propias habitaciones privadas, con
una doméstica sorda que además no entendía una palabra de inglés.
Sus conversaciones eran alucinantes.
Cuando pasados los años, el edificio apuntalado y amenazando
ruinas, tuvo que abandonarlo, fue el final de «Es Vedrá». Iván
alquiló una casa de campo al otro lado de la isla, y como medio de
transporte adquirió un carro y un borrico, y con ello se desplazaba
por toda la isla. Fiel a sus costumbres continuó desayunando en
Vara del Rey, pasando media mañana para venirse a Ibiza y otra
media para regresar a su casa, convirtiéndose en un auténtico
peligro sobre la carretera. No quería coches, y cuando invitaba a
algunos amigos a comer a su casa nos venía a buscar con su pequeño
carro y luego nos devolvía. Pasábamos todo el día por el camino y
cuando finalmente llegábamos a casa estábamos molidos.
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