A Francisco Umbra le tengo envidia por muchas cosas, entre otras
por ser yo calvo y él tener esas magníficas melenas; pero también
por cómo escribe sus artículos, por su fantástica personalidad, su
brillantez y un largo etcétera de adjetivos.
Debo indicar que me lo presentaron en Madrid unos escritores
amigos comunes y que me pareció, desde el primer momento, algo
altanero, con pretensiones e ínfulas de buen escritor y un poco
pedante. Al mismo tiempo era muy culto, un grandísimo conversador y
con un toque elegante y esnob tanto en la forma de vestir como en
sus modales. Pero ante todo y sobre todo es una persona a tener muy
en cuenta por ser un gran periodista y además un gran escritor.
Su voz es potente, muy bien modulada, lenta, y me recuerda, no
sé por qué, a la voz de Camilo José Cela. Da la impresión de que
habla para recrearse a sí mismo y de paso a los demás e
indudablemente es una persona que se escucha y al que le encanta
que le escuchen.
Una de sus primeras obras motivó un gran escándalo en la
sociedad madrileña. Se titula «El Giocondo» y lo cierto es que le
proporcionó el salto a la fama, pero al mismo tiempo muchos
disgustos. El llegó a Madrid porque no era de allí, era de pueblo
-como casi todo el mundo en realidad- y se introdujo muy bien en
unos círculos de escritores y de gente que estaba muy a la moda en
aquel momento y en aquel lugar. Se le invitaba a todas partes y
empezó a conocer los secretos de la gente que le rodeaba. Y de
repente apareció esta obra, un libro que hacía un retrato de la
sociedad de entonces y, de manera especial, de una serie de amigos
suyos homosexuales que, si bien aparecen con nombres falsos, eran
fácilmente reconocibles para quienes se movían en esos
círculos.
La publicación del libro le produjo un rechazo social e incluso
uno de los protagonistas, que por cierto no era homosexual, cada
vez que lo veía en algún restaurante o local de la capital le
propinaba una gran bofetada en la cara sin mediar palabra. Esto
duró mucho tiempo y Umbral llegó a estar aterrorizado, se
escabullía cada vez que coincidían en algún lugar.
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