El fenómeno de las puestas de sol en el Big Sur de Formentera no es
nuevo, desde hace unos años este kiosko situado al principio de la
playa del Cavall den Borras se convierte en el polo de atracción,
en el punto de referencia, en el imán en definitiva de la gran
mayoría de italianos que veranean en Formentera. El Big Sur es a la
pitiusa menor lo que el Café de Mar a Sant Antoni.
Si alguien quiere encontrarse al campeón del mundo del
motociclismo Max Biaggi, a la cantante Laura Pausini, a
presentadores de televisión, periodistas y todo tipo de italianos
famosos, debe inexcusablemente acudir al Big Sur. Es un coto
privado en el que el italiano es la lengua, echill out de Joel la
música de fondo, los nachos, la sangría, los pinchos y los mojitos
el acompañamiento y los aplausos cuando el sol se hunde en el mar,
el corolario de la fiesta que se repite a diario.
Para los formenterenses el Big Sur nada tiene que ver con lo que
es para los italianos, su punto básico de referencia en la isla
junto a dos o tres kioskos como el Laxmi en Migjorn, el Fermín en
Sa Roqueta y pocos más. Los italianos son gregarios y van de
vacaciones para seguir estando consigo mismos, para seguirse
mostrando «bellos», pronúnciese como «bélos» alargando la ele,
mostrar bikinis, camisetas, gafas, bolsos y sandalias de diseño, o
mejor dicho de marca, y sobre todo para trasladar su cotidianeidad
de Milán, Roma o Nápoles al paraíso de Formentera donde se les
promete que es el paraíso de la libertad.
La noche siempre ha sido larga y salvo los que van directamente
a dormir a la playa, los italianos se acercan a sus kioskos al
mediodía, prolongarán la tarde adormecidos en la arena y se
despertarán como por arte de magia cuando se acerque la puesta de
sol. Pero el resto de italianos que inundan la isla, tras sus
visitas a playas, calas o restaurantes, cuando el astro rey inicia
su carrera declinante, cogen sus motorinos y se lanzan raudos hacia
el Big Sur. Es el momento de la comunión solar.
Sangría con pajitas
Cientos, miles de personas se van reuniendo en la playa frente al
kiosko, las jarras de sangría comunitaria con un sinfín de largas
pajitas proliferan como las coronitas ya que ésta es la cerveza que
hay que beber y a medida que el ocaso se acerca, la multitud va
tomando posiciones junto al agua para ver, con el islote de es
Vedrà ligeramente ubicado a la derecha como detalle majestuoso del
espectáculo siempre igual y siempre nuevo, ver hundirse rojo,
anaranjado e inmenso el disco solar en el azul que ya no es tal
mientras los aplausos suenan, la gente se abraza y todos están
convencidos de haber asistido a algo único e irrepetible.
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