El Port de Sant Miquel es una playa pensada y montada para turistas. De hecho, el noventa por ciento de los bañistas que la frecuentan son huéspedes de los dos grandes hoteles situados en el extremo derecho de este bello paraje antes de la llegada del boom turístico. Este reducto playero, que a pesar de la construcción hotelera conserva cierto encanto gracias a las vistas que se pueden disfrutar desde la arena, cuenta con todo tipo de servicios o comodidades. Restaurantes, supermercados, tiendas de souvenirs, establecimientos de ocio para niños y mayores y un centro de buceo.

Uno de los puntos que resta encanto a esta playa distinguida con la bandera azul es su masificación tanto de personas como de tumbonas, que copan la zona de arena de esta playa desde la que se divisa s'Illa des Bosc, también llamada de Sant Miquel, en la actualidad unida a tierra de manera artificial víctima de las atrocidades urbanísticas de la isla.

Desde el Port de Sant Miquel los más inquietos y curiosos pueden caminar por senderos de pies que parten del restaurante situado en el extremo izquierdo de la playa para acceder a pequeñas calas en las que puede resultar mucho más atractivo darse un baño o disfrutar de los fondos marinos. Los más cómodos pueden conocer un poco más la costa cercana a este emplazamiento subiendo al barco que realiza una excursión de una hora de duración.

«Esta playa es ante todo familiar y la frecuentan turistas franceses, ingleses y alemanes que contratan el todo incluido y que apenas salen de aquí. Madrugan y vienen muy temprano a la playa y se van a las 19,00 horas», explica Àngeles, una de las responsables de las hamacas, las reinas de la arena del Port de Sant Miquel.

Una visita a cualquiera de sus restaurantes, especializados en cocina marinera y tradicional de las Pitiüses, puede mitigar el desencanto que produce este arenal tan masificado y turístico del municipio de Sant Joan.

Eva Estévez