Los niños siempre acuden acompañados, al menos, de uno de los padres, que participa activamente en la clase. Fotos: KIKE TABERNER
Se anuncian como cursos de natación para bebés, pero en realidad quienes más tienen que aprender con estas clases son los propios progenitores. En la piscina municipal de Can Misses, en Eivissa, una media de diez niños de entre cuatro meses y año y medio participan, acompañados por el padre o la madre, en unas clases de media hora de duración que dirige Marcela, entrenadora superior de natación. «Los que llegan con cuatro meses no tienen miedo porque el niño, al fin y al cabo, viene del agua y cuanto más pequeños son, menos han perdido ese contacto», afirma la monitora, quien asegura que «el miedo se lo transmiten los padres» y que por eso son ellos los que más tienen que aprender. «Cuando llega el momento en que yo les sumerjo bajo el agua, los padres no pueden cogerles con miedo porque se lo contagian y entonces pueden tragar agua», explica esta monitora que ha realizado un curso especializado en bebés y ha comprobado, con sus propios hijos, los beneficios de esta actividad. «La intención no es aprendan a nadar, sino simplemente a flotar; los niños a esa edad necesitan moverse y en el agua están a sus anchas», comenta. Después de haber asistido a este curso, los bebés desarrollan rápidamente su psicomotricidad y, sorprendentemente, aprenden a flotar en el agua.
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