Son las once de la mañana de un día cualquiera a principios de
junio. Lugar, la playa de Illetes, concretamente en las
inmediaciones de la Illa des Pouet. De pronto una golondrina parece
que va a chocar con el islote en el que hay media docena de casetas
varadero, pero no, lo bordea y por la parte de poniente del mismo,
se detiene ya que se ve parte de su puente de mando sobresalir de
la cresta del islote. Instantes después aparecen una, dos, diez,
cien personas que provenientes de la embarcación se dirigen hacia
la playa pero, sorpresa, en cuanto descienden por la parte de
levante del islote se encuentran con que de la tierra firme les
separa una lengua de agua, no muy larga, cierto, tampoco muy
profunda, es verdad, pero han de vadearla para llegar a la playa.
Es una imagen que se repite a diario y un promedio de media
docena veces, lo cual hace suponer que en plena temporada turística
la procesión será infinita. Se trata de la llegada de las
'golondrinas' que cargan excursionistas en Santa Eulària, Eivissa,
Sant Antoni o Platja d'en Bossa, por citar algunos puntos de
partida, y que antes de llegar a la Savina, se detienen y descargan
la mayor parte de los pasajeros de esta forma tan rudimentaria. La
sorpresa de quienes se encuentran en la Illa des Pouet es casi
siempre mayúscula porque nadie les ha advertido que deberán meterse
con el agua hasta la cintura o las rodillas para alcanzar la playa.
De forma improvisada se despojan de parte de la ropa, del calzado y
con sus pertenencias en alto se disponen a cruzar esa cincuentena
de metros con el agua por el ombligo; muchos llegan con la ropa
mojada, con el bolso empapado o habiendo perdido alguna de sus
pertenencias al cruzar la lengua de agua. Los más despistados
alcanzan la arena con el picnic que les ha proporcionado el hotel
poco menos que inservible.
«No "asegura un visitante andaluz-, no nos han dicho que
tendríamos que cruzar por el agua cuando nos hemos embarcado, pero
al menos a mí me parece pintoresco, incluso divertido»; pocos
metros más atrás una mujer de mediana edad necesita ser ayudada
para que no pierda el equilibrio y llega a tierra firme con cara de
pocos amigos. Un grupo de italianos se ríe de la aventura aunque
uno de ellos afirma que «si nos hubieran avisado, habríamos ido
hasta la Savina y luego hubiéramos venido por nuestros propios
medios».
La desinformación es la característica común de la práctica
totalidad de estos visitantes que en cuanto llegan a la arena se
sienten un poco desorientados. Algunos ya se han hecho las fotos de
rigor del cruce y comienzan a busca de un lugar donde tumbarse; sin
embargo, otros aún habrán de experimentar mayores sorpresas ya que
los más optimistas hacen preguntas como «¿dónde alquilan bicis?» o,
más divertido aún, preguntan '¿cómo se va a Formentera?'.
G. Romaní
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