Eugenio Rodríguez

Muchos son en Eivissa los que están en contra de la intervención bélica en Irak. Eso quedó patente ayer, una vez más, en la segunda marcha contra la guerra, a la que no frenaron ni los semáforos en rojo de la avenida España. Aunque todo el mundo coincidiría en que ayer no era un día para identificarse políticamente con nadie (el grueso de la especie del Pacte se colocó, eso sí, en los puestos de salida de la manifestación, ataviados convenientemente para la ocasión con pegatinas y demás parafernalia que posiciona a uno en contra de la guerra), uno se podía proponer un reto, como menos, singular: encontrar entre la marabunta de gente alguna huella del PP.

Como la fiesta de presentación del candidato del partido en Sant Antoni, prevista para ayer a la misma hora, fue aplazada para la próxima semana por culpa de la intervención bélica, se podía pensar que quizá algún popular se dejaría caer entre el barullo. La ex concejal del PP en Eivissa y afiliada al partido, Lola Planells, que estaba al frente de la manifestación en calidad de persona, según dijo ella misma, y como presidenta de la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui, y el disidente Cándido Valladolid (ahora en el PREF) era lo más cercano al PP que se pudo apreciar.

Banderas y más banderas (de todos los colores, pero sobre todo las del sindicato de siempre aunque no vinieran a cuento), una reivindicativa presidenta de Consell enfundada con una camiseta en contra de la guerra, una concejal ecologista portando una simbólica vela en la mano, una luminosa (sí, con bombillas) fotografía del país bombardeado en medio de un grupo de mujeres musulmanas que clamaban al cielo en su ininteligible lengua ayuda divina y hasta un curtido señor que, con las manos en los bolsillos (como si la cosa no fuera con él), se afanaba en dar las consignas al chaval que se desgañitaba con el megáfono en mano, son algunas de las imágenes y personajes con los que cualquiera podía toparse si caminaba a contracorriente de la riada de gente, pero ningún signo del PP, salvo el nombre de su jefe (Aznar), que, por cierto, salió muy mal parado.