No hace mucho de esa mañana en la que uno de los muchos niños que acuden a la Escuela de Verano del Ayuntamiento de Eivissa apareció con claras señales en la cara de haber sido golpeado. Fue la propia madre la que solicitó a uno de los monitores que intentara hablar con su hijo para averiguar lo que había ocurrido y la historia tuvo un final relativamente feliz. «El niño acabó por confesarnos que había sido su padre, después la madre también me contó que a ella también la maltrataba su compañero y aunque en un principio se mostró reticente, acabó por acudir a la Oficina de la Mujer», explica Gabriela Urquiza, la directora de la escuela.
Hoy, la madre se ha marchado temporalmente de la isla, pero su hijo se ha quedado al cuidado de su abuela y continua acudiendo diariamente al centro escolar. Y es que en una escuela de verano no todo son juegos, risas y entretenimiento; pasar dos meses, cinco horas al día, de lunes a viernes, con 250 niños, supone la implicación de los monitores en las vidas de esos chavales. En la escuela de Eivissa se da además la coincidencia de que a ella acuden muchos niños con problemas familiares o que padecen alguna minusvalía. Por eso para formar su equipo de profesionales Gabriela solicitó que se contratase a dos fisioterapeutas o a licenciados en magisterio.
Es el segundo año que Gabriela pasa en esta escuela ibicenca, pero en su experiencia incluye otros veranos en Argentina, el país que la vio nacer. «Encuentro diferencias, allí la mayoría de los monitores son profesores de educación física, una carrera de cinco años en la que se estudia pedagogía o psicología evolutiva, entre otras muchas asignaturas; mientras, aquí basta con hacer el curso de monitor de tiempo libre que dura un mes», apunta Gabriela. Si algo le gustaría a esta vital educadora es que este trabajo se revalorizase, porque el que sea una profesión que se limita a los meses de verano no le resta importancia. Aún así, Gabriela se organiza muy bien y dirige la escuela del municipio de Eivissa con tesón y sensibilidad. Sólo así se puede reaccionar rápidamente cuando se oye a un niño gritarle a uno de su compañeros: «Argentino de mierda, vete de aquí».
Ante algo así lo que hice fue explicarle a ese niño , que era ibicenco, la dura situación del chico argentino, con un padre asesinado y una madre con depresión», recuerda la directora. Son historias en las que este grupo de monitores ha podido aportar su grano de arena, lo mismo que están intentando hacer en el caso de dos hermanas que también acuden a la escuela. «En este trabajo todo son indicadores, si un niño está triste es por algo y si no le preparan desayuno también. Estas niñas casi nunca traían desayuno y faltaban mucho. Al llamar a su casa nos dimos cuenta de que siempre estaban solas, y tienen 5 y 7 años», cuenta Gabriela. Ahora ya hay dos informes que han recibido en los servicios sociales y en menores, áreas con la que están continuamente en contacto.
A finales de agosto estos monitores se despedirán de los chavales, al menos hasta el próximo verano. Pero lo cierto es que durante dos meses un lazo invisible pero esencial ha unido a estos niños con los que han sido sus maestros.
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