Juan y Jaime han tenido la suerte de superar una adicción que crece a cada momento. Foto: MARGA FERRER

El Día Mundial sin Alcohol se celebra hoy. Como cada 15 de noviembre el calendario recuerda que cada día miles de personas luchan en la sombra por salir de una adicción en la que cayeron un buen día sin darse cuenta y que cuando fueron conscientes no encontraban el camino de salida. Ultima Hora Ibiza y Formentera ha escuchado la experiencia de Jaime y de Juan, dos ejemplos de cómo superar una dependencia por el alcohol que desorientó sus vidas. Ambos acudieron cuando la situación era prácticamente irreversible a Alcohólicos Anónimos, donde encontraron un rincón donde identificarse con otros casos y donde asumir unos principios que les han ayudado a decir cada día: «Soy una persona nueva».

«Empecé a beber unas cervezas con 18 años, sólo los fines de semana. Luego llegaron los cubatas y la sensación de deshinibición placentera. Pero nunca bebía de lunes a viernes. Así fue durante los dos o tres primeros años. Luego la cosa cambió». Juan comenzó a beber como tantos jóvenes que respaldan el hecho de que sólo lo hacen los viernes y los sábados. Por su parte, Jaime lo hizo bajo otros parámetros: «En mi familia, a pesar de ser hijo de payeses, nunca se bebió, ni siquiera vi pagès. Cuando salí de la escuela e inicié mi primer trabajo me mezclé con otra gente que no comulgaba con los ideales de mi familia al respecto del alcohol. Y adquirí la costumbre de tomarme un vaso de ginebra a palo seco antes de entrar a trabajar».

Juan trabajaba de músico en un café concierto por las noches, algo que le impulsó a ampliar los días en los que consumía alcohol. «Al trabajar casi todos los días pues bebía más porque me ayudaba a sentirme mejor, con alegría. Al amanecer todo volvía a ser perfecto, mi obsesión era volver a casa con la cara bien puesta». Por el contrario, Jaime trabajaba en la construcción durante todo el día, lo que no significó un obstáculo para que su dependencia creciera. «La copa de ginebra dio paso a las cervezas, al vino y al chupito después de comer. Ahí comencé a mentirme a mí mismo y seguí bebiendo más y más con la única obsesión de que las personas que me rodeaban no se dieran cuenta. Así seguí muchos años hasta que me acostumbré a salir los domingos. Este día de la semana siempre volvía borracho a casa, a pesar de que después siempre me decía: 'Hoy no voy a beber'».