J. M. R. Cuando el pasado 20 de junio el conseller d Obres Públiques Habitatge i Urbanisme, Josep Antoni Ferrer, visitó Eivissa no tuvo más remedio que admitir que tenía una rara habilidad para hacer las cosas a destiempo. Todas las obras prometidas desde su departamento no sólo llevaban retraso, sino que además de ejecutaban en épocas impropias, caso del asfaltado de la carretera de Santa Eulària y de las mejoras en el tramo de las discotecas. Estas últimas, prometidas a comienzos de año, se ejecutaron de forma parcial a principios de agosto, cuando la temporada estaba en su apogeo. Esa es parte de la triste herencia que Ferrer ha dejado a su sucesor, Francesc Quetglas, en Eivissa.

Esas pretendidas mejoras dejaron mucho que desear. A los pocos días se mostraron ineficaces y burdas, hasta el punto de que provocaron más problemas de tráfico que soluciones. Incluso uno de los aparatos instalados, un panel que recomendaba no circular a más de 50 kilómetros por hora, hubo de ser retirado porque no se veía. A lo largo de la temporada se ha podido comprobar cómo la instalación de los semáforos en ese tramo de poco ha servido, excepto para poner de los nervios a muchos conductores. Un parche que ha evidenciado el temor de los responsables de Obres Públiques, el ex conseller a la cabeza, a solucionar decididamente ese problema, aún pendiente.

También fue sangrante la decisión de asfaltar la carretera de Santa Eulària justo en plena temporada, lo que provocó enormes caravanas. Curiosamente, desde el Ayuntamiento de esa localidad se venía pidiendo ese parcheo desde el otoño anterior. Allí se quejan de que el proyecto de mejora de esa vía (por 345 millones) lleva ya 23 meses en cajón. Además del lamentable estado en que se encuentran las carreteras, en Sant Antoni tampoco estaban muy contentos con el ex conseller, que rechazó la construcción de una rotonda en la intersección de la PM-803 con la avenida Sant Agustí. Quizás con Quetglas todo cambie.