Otro año de promesas institucionales que han caído en saco roto.
Otro año en que cientos de jóvenes se la juegan a la salida de las
discotecas cuando intentan, desesperadamente, subirse a un taxi o a
un autobús que les conduzca al hotel o a un after hours. Ni los
semáforos ni la iluminación prometidos por la Conselleria d'Obres
Públiques han sido aún instalados, unas medidas que, aunque parcas,
permitirían reducir la peligrosidad del tramo de las discotecas.
Ocurre cada día, pero especialmente la madrugada de los martes,
cuando los clubbers acuden en masa a la principal fiesta del
verano, que suele congregar a diez mil jóvenes, según los
organizadores. Entre las siete y las ocho de la mañana miles de
personas salen de la sala de baile y se dirigen a la carretera que
une Sant Antoni y Eivissa. Ansiosos de subirse a un autobús o a un
taxi, toman, literalmente, la carretera. Paran los taxis -abren las
puertas en marcha- incluso en medio del carril de desaceleración
existente a la entrada de una de las salas.
Mientras los vehículos circulan por ese tramo a velocidades de
entre 80 y 100 kilómetros por hora, clubbers atolondrados por seis
horas de baile continuo, alcohol y, en algunos casos, drogas,
atraviesan la calzada, entre los pitidos de los conductores que
recriminan esa actitud. El peligro se masca: cualquier accidente
podría llevarse por delante a decenas de personas que abarrotan los
arcenes o, incluso, permanecen estáticas en medio de la
intersección.
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