Caló des Moro se ha convertido este verano en el prototipo del
salvaje oeste, un área urbana donde impera todo menos la ley y el
orden. Hace dos semanas 37 empresarios de la zona denunciaban ante
el Consistorio la grave situación que padecen: tiqueteros sin
escrúpulos, tráfico de drogas, venta ambulante... A pesar de las
promesas del equipo de Gobierno, poco ha cambiado desde entonces:
«Sí, ha cambiado algo -rectifica el propietario de un
establecimiento turístico y de un restaurante-. Antes venían los
tiqueteros de uno en uno; ahora lo hacen de cinco en cinco. Tres
son chicas, muy guapas, y los otros dos, matones».
Estos últimos vigilan que nadie moleste a las tiqueteras, que
con descaro se introducen en las terrazas de los bares para
repartir flyers de otros locales de copas de Sant Antoni. «Hace una
semana, eché a una chica de mi terraza. Al cabo de 45 minutos
llegaron, a bordo de un Mercedes, dos tipos de dos metros de alto,
uno que hablaba sólo inglés y un mulato que chapurreaba castellano.
Me advirtieron de que si volvía a echar a una tiquetera, me
atuviera a las consecuencias».
El propietario de un bar explica que ante situaciones como ésta
de poco sirve llamar a la Policía Local: «En el 90 por ciento de
los casos, no vienen. Sólo cuando hay un vehículo mal aparcado.
Entonces no lo dudan». El desmadre en la zona es absoluto. Con
música dance de fondo, en dos horas se puede ver de todo en Caló
des Moro: la detención de R. C. G., denunciado en numerosas
ocasiones por amenazar a los transeúntes con un cuchillo o con una
espada; o el robo de una hamaca y una sombrilla por parte de los
pasajeros de un glass bottom boat, objetos rescatados in extremis
por su propietario tras lanzarse a la caza de los piratas a bordo
de una lancha; o el descaro con el que actúan los vendedores
ambulantes.
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