Nada más entrar al cámping la Florida se percibe una sensación de
abandono. No hay actividad, ni barreras que impidan el paso, como
en otros cámping de estas características, las papeleras están
repletas de basuras y todo indica que está deshabitado. Justo a la
entrada, hay una pequeña estancia a la izquierda que, en su día,
pudo servir como recepción, pero ahora se encuentra en un estado de
dejadez.
Sin embargo, reside gente. Cerca de unos coches abandonados y
varios montones de escombros se encuentran varios autobuses. Al
contrario de lo que puede parecer se utilizan como viviendas. Uno
de ellos es la casa de un alemán desde hace 25 años. Acompañado de
su hijo y un amigo se encuentra arreglando el autobús cuyo interior
muestra. Rechaza las fotos por el estado en el que está el autobús
y pide tiempo: «Esperad dos semanas cuando ya esté mejor».
Asegura que ésa ha sido su alternativa dado el enclave en el que
se encuentran: a escasos metros de la playa, de un pinar, rodeados
de naturaleza y, también, de escombros. Exhibe su coche, un
todoterreno, para explicar que no se trata de una necesidad. Para
otros, sin embargo, el cámping ha sido una decisión obligada: «No
tenemos otro sitio», argumentan sus vecinos de la parcela
inmediata. A escasos metros, separados por una pila de escombros,
está su autobús reciclado en caravana. En su parcela, rodeados de
trastos, hay varias plantas. Uno de sus moradores, Simone, las
riega y muestra la manguera: «¿Ve cómo tenemos agua?».
Al margen de esta situación idílica, varios de los usuarios de
este cámping aseguran que abonan una tarifa anual a una persona que
dice ser el propietario. Algunos llegan a pagar hasta 30.000
pesetas al mes por ocupar un espacio en un recinto semiabandonado,
según su testimonio.
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