José Luis de Vilallonga (Madrid, 1920) confiesa en sus Memorias no
autorizadas que siempre ha amado el mar Mediterráneo. No descubrió
Eivissa, sin embargo hasta hace pocos años, tal y como explicó en
esa reunión en torno a una mesa que es la cita en ca n'Alfredo.
«¿Qué le trajo a la isla?», le preguntamos para romper el hielo.
«El divorcio», nos contestó rotundo y permitiendo que, entre risas,
la conversación empezara a hilvanarse cada vez de forma más fluida.
Contó Vilallonga que cuando se divorció de su segunda esposa,
Syliane Stella, quedó huérfano de isla. Tenían una casa en Andratx
«cuando el puerto de Andratx no era una urbanización alemana» y la
separación le obligó a buscarse un nuevo refugio. Fue su hijo
Fabricio quien le recomendó conocer Eivissa más de cerca y ahora
asegura que no la cambiaría «ni muerto» por Mallorca. «Por eso
espero que toméis como ejemplo lo que ha pasado allí para no caer
en los mismos errores», apunta. «Esto es mágico», añade.
El aristócrata (ostenta el título de marqués de Castellvell y es
Grande de España) todavía está recogiendo el éxito de sus Memorias
no autorizadas, editadas por Plaza y Janés en marzo de este mismo
año, cuando ya prepara una segunda parte. Y tiene en mente una
tercera y quien sabe si incluso una cuarta. Una vida como la suya,
con unos buenos apuntes tomados durante décadas y una memoria
prodigiosa, da para muchos tomos. Lo de la memoria prodigiosa lo ha
apuntado su mujer, Begoña Aranguren, que le recomienda que no esté
tan obsesionado por ser breve o por no resultar pesado. Ella es de
la opinión de que, aunque es mejor dejar al lector un poco corto de
información que cansarle, hay cosas que vale la pena no pasar por
alto.
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