Imagen de un instante de la procesión de Viernes Snato que recorrió ayer noche las calles de Eivissa. Foto: GERMÁN G. LAMA.

Las calles de Eivissa se tiñeron ayer por la noche de blanco, negro y malva. Cerca de 800 nazarenos de las cinco cofradías de Eivissa recordaron en la tradicional procesión la agonía de Jesucristo, un acto que fue seguido bien de cerca por miles de ibicencos; el recorrido comenzó a las nueve de la noche, aunque las calles estaban abarrotadas desde las siete de la tarde, cuando aún había sol.

A pesar de todo, la de ayer fue una de las procesiones más lentas que se recuerdan en los últimos años, como se comentaba en los corros de gente. El peso de las imágenes que portaban a hombros las hermandades "este año ninguna contaba con la ayuda de las ruedas" obligaba a los capuchinos a parar constantemente para coger aire.

Al ver el esfuerzo que hacían para levantar las tallas del hijo de Dios se comprendía la lentitud de la caravana: el peso era exagerado, y hacían falta brazos fuertes para soportar esta carga durante más de dos horas. Además, todos sus movimientos estaban perfectamente calculados para evitar cualquier tipo de accidente, la norma que parecían cumplir todos era ir lentos pero con paso firme. A pesar de las precauciones, muchos espectadores desconfiaban al ver como los nazarenos ejecutaban el habitual movimiento de derecha a izquierda con las imágenes.

A las diez y media de la noche, las imágenes aún no había llegado ni al rastrillo de Eivissa; las personas que se habían hecho por la tarde con un sitio para ver el espectáculo se impacientaban al no ver ni un nazareno ni escuchar un sólo tambor.

Así, en una lenta fila de dos, marcharon las cofradías del Santo Cristo del Cementerio "de la iglesia de Santo Domingo", el Cristo de la Agonía "Santa Cruz", La Piedad "Sant Elm" y El Cristo Yacente y La Dolorosa, ambas de la Catedral. Tras cada una de éstas se arremolinaban cientos de personas, algunas de ellas descalzas, dispuestas a cumplir las promesas.

Otras "muy pocas este año" se habían atado los pies con cadenas. El público seguía el recorrido de la procesión con un absoluto silencio.
La presencia de los capuchinos imponía, cuando menos, respeto a la multitud de niños que contemplaba el espectáculo; a pesar de que muchos de los nazarenos repartían caramelos a los más jóvenes, éstos no cambian su cara de susto.