«Guardia Civil, Guardia Civil». Un barco que está siendo observado cerca de es Freus por la patrullera del Servicio Marítimo intenta contactar por radio con la embarcación de la Benemérita. Su capitán, momentos antes, ha hecho un saludo con la mano desde el puente de mando para luego perderse de vista. A bordo de la patrullera nadie contesta. Es lo mejor para no delatar su posición a otras naves.

Los cinco tripulantes de la GC-14 ya habían visto antes en aguas de las Pitiüses una embarcación de iguales características a la que ahora están observando. Javier, un agente gallego, las conoce mejor que nadie. Con ella sus paisanos han faenado durante años con pabellón británico en el mar de Irlanda.

El capitán del barco, un extranjero tal y como denota su acento, vuelve a intentar el contacto. El sargento Fidel, que hace las funciones de comandante de la patrullera, no quita ojo a la embarcación. Lo único que es seguro es que ahora no es un pesquero. El mar está algo picado, pero deja ver claramente que su linea de flotación no va baja.

El patrón de la patrullera ordena poner rumbo de nuevo hacia Formentera. Si hubiera algún indicio de carga se hubiera arriado sin dudar la zodiac, un servicio habitual y diario en El Estrecho donde Paco, el mecánico, se las ha tenido que ver entre barcos estibados con fardos de hachís y pateras repletas de inmigrantes que luchan por alcanzar una costa muy lejana a la Cantabria donde nació.

Esta patrullera, construida en Vigo hace dos años antes de ir destinada a Porto Pi al Servicio Marítimo de Balears de la Guardia Civil, frecuenta periódicamente las aguas de las Pitiüses. Garantizar la seguridad marítima es una de sus principales funciones.

La GC-14 navegaba hacia Santa Eulària cuando divisó flotando a dos millas al sureste de Tagomago un cría muerta de cachalote. Su posición fue inmediatamente señalada a Salvamento Marítimo. Cada avistamiento se detalla escrupulosamente y se informa de ello a la conselleria de Medi Ambient.

La tripulación de la embarcación de la Benemérita, poco antes de dirigirse a s'Espalmador para vigilar el tráfico, ha recibido por el teléfono del barco una llamada de la Inspección de Pesca. El sargento Fidel, que años atrás durante los Mundiales de fútbol estuvo «concentrado» en Sant Antoni, bromea con su interlocutora: «Aquí, como siempre, jugándonos la vida en el mar». El patrón intercambia información con la inspección. La patrullera también controla a los pesqueros, sobre todo italianos, que faenan en todo el Mediterráneo con redes de deriva ilegales, lo mismo que la presencia de buques orientales que cargan los atunes que les traen otros barcos sin haber pasado los túnidos por las lonjas.

La conversación tiene lugar frente a Platja den Bossa. La nueva matriculación de motos acuáticas exige ahora a llevar un mayor control. La navegación por la zona se aprovecha para ver si hoy, como en otros días, hay alguien haciendo «paracraf». El Servicio Marítimo tampoco pierde ocasión, cuando esta se presenta, de velar porque las «golondrinas» no lleven más pasajeros de los permitidos.