—¿Dónde nació usted?
—Nací en ‘es carrer d’enmig’, que no es lo mismo que nacer ‘enmig d’es carrer’ (risas). Allí nací y crecí con mi hermana mayor, María, y mis padres, Xicu de Can Tonió y Eulària, que era de Can Sala, de Sant Carles.
—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mi madre, además de ocuparse de la casa, cosía por comisión. Hacía los bordes de los pañuelos que alguien se encargaba de llevarle y de ir a recoger. Mi padre era ‘mestre d’aixa’ y trabajaba en los astilleros. Todavía recuerdo a los caballos dando vueltas al mecanismo para sacar los barcos del agua. Una vez fuera, entre todo el equipo, calafateaban las juntas, pintaban y arreglaban los barcos allí mismo. También solía acompañar a mi padre algún domingo, cuando me despertaba, a pescar en su llaüt, ‘La Oca’, que él mismo se encargó siempre de tener impecable. Le encantaba pescar y, en alguna época, también hizo algo de ‘estraperlo’, pero en una ocasión le pegaron un tiro, se asustó y dijo que no volvería a hacerlo. Otros compañeros suyos, con llaüts como ‘La Oca’, acabaron haciendo fortuna con el contrabando.
—¿Cómo recuerda su infancia en la zona del Puerto?
—Era muy divertido. Por un lado estábamos los de mi calle y los de Sa Riba y, por otro, estaban los de Dalt Vila. Siempre estábamos haciendo nuestras batallitas y nuestros ‘melindrus’. Íbamos a nadar al muro y siempre venía el ‘comandante’ a echarnos porque era una zona de paso de barcos. En cuanto se marchaba, volvíamos a meternos en el agua (ríe). Todo el barrio era como una familia. Cualquier otra madre te podía reñir si te pillaba haciendo una trastada. Cualquier casa con la puerta abierta, y todas lo estaban, era válida para entrar y esconderte mientras jugabas, como si fuera la nuestra.
—¿Dónde iba al colegio?
—Primero fui con las monjas de San Vicente, luego fui con el maestro Castelló, que daba clases en un rincón del Pereyra, al lado del anfiteatro. ¡Seríamos más de 60 niños! De allí me fui a Sa Graduada hasta que terminé de estudiar.
—¿Aprendió el oficio de su padre?
—No. Solamente le ayudaba cuando sacaba el llaüt para arreglarlo, pero nunca aprendí el oficio. El mismo día que terminé las clases, todavía no había cumplido ni 14 años, escondí la maleta del colegio tras la cristalera del bar Sa Deportiva y entré a pedir trabajo. Se echaron a reír, me dijeron que llevara la maleta a casa, que comiera, hiciera una siesta y que volviera mañana. Al día siguiente empecé a trabajar limpiando vasos y cargando cajas. No duré mucho, ser un niño y ser aprendiz te convertía en el centro de todas las bromas y el cachondeo, así que me fui a trabajar a Recambios Isla. Allí también me acabé enfadando con alguna putada, y me marché a hacer una temporada al hotel Don Quijote antes de ponerme a trabajar como peón con Rafel y Cardonet hasta que me tocó hacer la mili.
—¿Siguió con el oficio de albañil al volver del servicio militar?
—No. Aproveché la mili para sacarme los carnés de conducir y me puse a trabajar repartiendo bebidas con la empresa Rietor durante la temporada del verano de 1980. En invierno estuve con Xiquet Pou conduciendo un camión. A partir de la siguiente temporada, empecé a trabajar con los autobuses para turistas todos los veranos hasta que me jubilé hace tres años. Los inviernos seguía trabajando con Xiquet Pou o como gruista en otras empresas.
—Como conductor de autobús, ¿trabajó siempre con turistas?
—Así es. Me pasaba seis meses sin parar haciendo ‘transfers’ del hotel al aeropuerto, del aeropuerto al hotel, a la barca de Formentera, excursiones, barbacoas o salidas al Casino cuando el Casino era El Casino. Me refiero a que entonces la gente iba arreglada y elegante a cenar. Mientras, a nosotros nos reservaban una buena mesa al personal con toda la comida que quisieras.
—Pasó cerca de cuatro décadas paseando turistas, ¿ha notado mucho cambio en el perfil de nuestros visitantes?
—¡Ya lo creo! Ha cambiado un cien por cien. Todavía recuerdo los italianos que venían a principios de los 80 con Alpitour, elegantes y educados. Todavía queda gente buena, de la que quiere tranquilidad en familia, pero ahora está toda entre Santa Eulària, Cala Tarida y Portinatx, todo lo demás es turismo del que viene en chanclas y ‘fent pudor’. En algún momento, hacia los años 90, se estropeó todo con turoperadores como Twenty o el Club 18/30. Te vomitaban y te meaban en el autobús. Cualquier compañero ha tenido que vivir eso. Ahora solo vienen los que van de discoteca en discoteca y les da igual dormir aquí o allá.
—Tras tres años de jubilación, ¿echa de menos su trabajo?
—La verdad es que sí. Sin embargo, es un trabajo muy esclavo y llega un momento en el que los amigos ya dejan de contar contigo para hacer planes y dejas de tener tanta vida social como uno quisiera. Antes se hacían muchísimas horas y quedaba poco espacio para irse de fiesta y madrugar al día siguiente. No existían las ocho horas de jornada ni los días libres. Como mucho, los martes nos podíamos permitir ir a comer con calma a Pou d’es Lleó porque había menos trabajo. El resto de la semana era frenético. Lo mejor que te podía pasar era que se retrasara un avión y te diera tiempo a echarte una siesta (ríe). Eso iba bien el día que te ‘despistabas’ un poco por la noche (más risas).
—No nos ha contado si este trabajo tan esclavo le dejó algún momento para formar una familia.
—Sí. Me casé en 2006 con Carmen, una sevillana que conocí cuatro años antes en la boda de un compañero, David, que también es su sobrino. Parece que es cierto lo que dicen de que una boda lleva a otra boda (ríe). Tenemos una hija, Laura. Ahora que estoy jubilado, sigo haciendo de chófer en casa con ellas (ríe).
1 comentario
Para comentar es necesario estar registrado en Periódico de Ibiza y Formentera
Coincidí con él rabajando para Xiquet Pou. Buen tío, de los que no son falsos.