Toni Guasch tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Toni Guasch (Sant Agustí,1962) ha dedicado buena parte de su vida al transporte, también como estibador en el Puerto de Ibiza. Huérfano de padre con solo cinco años, creció junto a su madre entre Sant Josep y Sa Penya antes de incorporarse a una vida laboral que comenzó en la hostelería de la Ibiza de los años 70.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Sant Agustí, en la finca de Can Vicent Serral, donde mis padres, Toni ‘Garrovers’ y Margarita ‘Frígoles’, trabajaban entonces como mayorales. Sin embargo, cuando yo solo tenía un año, se mudaron a Can Xico Puvil, una finca muy cercana donde ahora está Lombribiza y donde después vivió Calbet.

—¿Sus padres se dedicaban al campo?
—En realidad, no. Trabajaron como mayorales apenas unos años; fue algo que probaron después de casarse, pero no era su oficio. Aunque mi padre era un hombre payés de los de antes, que hacían prácticamente de todo: de albañiles, de pescadores, de cazadores… Trabajó durante años fabricando barcos de fibra en Plastimar, detrás de Can Bufí. Sin embargo, apenas tengo recuerdos de él; murió en un accidente de moto cuando yo solo tenía cinco años. Entonces, a mi madre le tocó trabajar para sacarme adelante, limpiando casas, oficinas o bares aquí y allá.

—¿Vivió durante mucho tiempo en Can Xico Puvil?
—Hasta que tuve unos siete u ocho años. Entonces nos mudamos a sa Penya, a un pequeño piso, por no decir un corral, que tenía mi abuelo, Toni ‘Frígoles’, allí alquilado al lado del de ‘es Loco des terrat’. Estuvimos allí hasta que yo tuve 14 años, cuando mi madre pudo ahorrar lo suficiente para comprar un piso en Vila.

—¿Dónde fue al colegio?
—Los primeros años recuerdo que iba a una monja que nos daba clases a los vecinos de Sant Josep. Después, empecé a ir a Juan XXIII. El primer año, todavía vivía en Can Xico Puvil y cada mañana mi madre me llevaba en su Mobylette hasta el aeropuerto. Allí nos recogía a mí y a otros niños el de Can Fluixà en su SEAT 600 para llevarnos al colegio. Cuando nos mudamos a sa Penya, iba caminando. Después fui al instituto de Santa Maria hasta que abrieron Blanca Dona y lo inauguré en tercero de BUP. Aunque nunca terminé de sacarme el bachillerato por dos asignaturas. Descubrí lo que era trabajar, ir de fiesta y ganar dinero (ríe).

—¿Fue mucho de fiesta?
—Si hubiera salido de fiesta la mitad de lo que he salido, en vez de un piso tendría un edificio entero (ríe). Me lo he pasado bien, he salido de fiesta, pero nunca he hecho daño a nadie. Muchos de mis compañeros de juventud ya no están, por distintas razones, pero una de ellas es la droga, que se llevó a mucha gente de mi época. Había distintas pandillas: los del Sinio, los del Golden o los gatos, que siempre tenían peleas y movidas entre ellos. Yo tuve la suerte de que no me engancharan estas cosas sin dejar de vivir los años dorados del Paradís, del Play Boy, del Boucala… Me lo pasé muy bien, la verdad.

—¿Dónde trabajó?
—En muchos lugares. El primero fue el bar San Juan, después estuve en el bar Noguera. Más adelante me fui a trabajar al Camping de Cala Bassa, al Gala Night y echando una mano a Pepín cuando abrió Sa Caleta. Después dejé la hostelería para trabajar en Comercial Atenéum, una distribuidora de revistas y periódicos y, poco después, en Cargua, la empresa de transportes de Umafisa entre Ibiza y Formentera, en la que estuve trabajando durante 18 años. Durante ese tiempo, además de conocer a muchísima gente, pude vivir un par de años en Formentera y unos meses en Gandía. Sin embargo, mi responsabilidad con mi madre —soy hijo único— siempre me impidió alejarme de Ibiza. Cuando me cansé, hice el examen para trabajar en Repsol Butano, pero justo quitaron la producción en Ibiza, así que no dejé el mundo del transporte, trabajando para Ca na Negreta o con mis propios camiones con un socio.

—¿Siempre se ha dedicado al transporte?
—No. Cuando tenía 45 años, me ofrecieron trabajar como estibador en el puerto. He estado en este oficio durante 18 años, hasta que me jubilé.

—El de estibador tiene fama de ser un oficio duro.
—Es más duro por los horarios y por la disponibilidad que por otra cosa. Como tantos otros oficios que son nocturnos: chóferes, médicos, policías… En el caso del estibador, no tienes horarios; tanto te pueden llamar porque ha llegado un barco a las tres de la madrugada como a las tres del mediodía. La disponibilidad total es uno de los factores más importantes de este oficio. Sin embargo, es un oficio que aprecio y en el que me he jubilado muy feliz a los 60 años.

—Además de trabajar, ¿ha fundado una familia?
—Sí. Aunque me puse en ello mayorcito (ríe). En abril de 1994 fui a la boda de mi amigo y compañero como estibador Joan Planells, de Can Reial de Santa Gertrudis, en la que conocí a su hermana, Lina. En abril de 1995 nos casábamos Lina y yo (ríe). Tuvimos a nuestros hijos: Maria y Toni. Aunque yo ya estoy jubilado, Lina trabaja —estuvo muchos años en la cocina de Es Camí Vell y ahora está en la de la Consolación—, por eso todavía me aguanta (risas).

—¿A qué dedica su jubilación?
—A vivir bien. A sacar la barquita en verano con Lina para ir a pescar a Portinatx, a salir de viaje juntos con la caravana, a arreglar nuestra casa de campo, Can Frígoles, para hacer torradas con los amigos… Viendo el telediario cada día, solo puedo decir que somos unos privilegiados. Además, mi generación ha sido la mejor de todos los tiempos. Me refiero a que las anteriores a la nuestra tuvieron que trabajar duro, incluso emigrar, para superar guerras y hambre. La mía ha sido privilegiada, ha tenido que trabajar, sí, pero ha podido ganar dinero. La generación que ahora tiene 18 o 20 años lo tiene todo muy complicado, empezando por lo difícil que lo tienen para conseguir algo tan básico como un piso. Dentro de 100 años, tal vez habrá mucha más tecnología, pero las próximas generaciones no conocerán los tipos de relaciones que hemos tenido nosotros.