‘Josechu’ Bonet ante la casa donde nació, en es Puig d’en Valls. | Toni Planells

Josep, Josechu, Bonet (es Puig d’en Valls, Ibiza, 1953) ha visto evolucionar es Puig d’en Valls desde su casa y negocio familiar, Es Terç. Un negocio que ha encarnado el centro neurálgico de un pueblo que ha evolucionado durante las últimas décadas y desde el que Josechu creció de manera paralela.

—¿Dónde nació usted?

—Nací en casa, Es Terç, en es Puig d’en Valls. Aunque mis padres eran de Corona y de Sant Mateu.

—¿Cómo acabaron sus padres en es Puig d’en Valls?

—Por una historia un poco rocambolesca: le pegaron un tiro a mi padre por ‘festejar’ en Sant Mateu. Mi padre, Pep des Terç, era hijo único y creció solo con mi abuela en su casa de Corona. Cuando empezó a ‘festejar’ no se le ocurrió otra cosa que hacerlo en Sant Mateu con mi madre, Maria de Can Daifa, que tenía un buen puñado de pretendientes. Un día que volvía de visitar a mi madre en Can Daifa, alguien le estaba esperando en el camino del bosque y le disparó con una ‘fluixa’, una pistola pequeña que apenas tenía fuerza. El médico Pujolet tuvo que hacerle las curas. Cuando le hicieron unas placas hace unos años en Can Misses, se podía ver la espalda llena de perdigones. La cuestión es que mi abuela se asustó, tuvo miedo de que le pudieran hacer algo a su único hijo, hizo un cambio de tierras y vinieron a vivir a es Puig d’en Valls nada más casarse.

—Nos ha explicado que su abuela crió sola a su padre, ¿qué fue de su abuelo?

—Mi abuelo se había ido a Cuba cuando él era pequeño. Se marchó en ‘La Habanera’, el barco al que llamaron ‘el Titania de los pobres’. Al parecer se trataba de un buque que iba haciendo paradas por los distintos puertos de España para ir recogiendo a trabajadores que querían emigrar a América. El mismo viaje en el que mi abuelo se bajó en puerto de La Habana, el barco se hundió y fue una gran tragedia. Mi abuelo ya no volvió más. Al parecer estuvo trabajando en una plantación de caña de azúcar hasta que murió por una enfermedad diez años más tarde.

—¿A qué se dedicaron sus padres en es Puig d’en Valls?

—Al principio mi padre estuvo trabajando en la Salinera o en Can Gorreta cargando sacos (de esos que pesaban 100 kilos) mientras hacían pan en su casa para los cuatro vecinos del pueblo. Cuando yo tenía cuatro años abrieron la tienda de Es Terç en un terreno que mi padre le compró a Llobet a 50 céntimos el metro cuadrado y donde hizo el edificio. Era la típica tienda en la que había cuatro cosas y donde se vendía todo a granel. Había hasta petróleo para los quinqués. Cada mañana mi padre bajaba a Vila con su carro y su mula para ir a buscar material para vender en la tienda. Aprovechaba para llevar a primera hora a las chicas del pueblo hasta el instituto de Santa Maria. Generalmente, los chicos iban en bicicleta, las chicas no. Las chicas que iban con mi padre se bajaban un trozo antes para que no las vieran bajar de un carro delante del instituto (ríe). A la vuelta, por el camino, mi padre iba repartiendo el pan en las casas de los vecinos que le dejaban un ‘senalló’ colgado en la puerta.

—¿Iba usted también al colegio y al instituto con su padre?

—No. Cuando iba al instituto, aunque alguna vez fui con mi padre, ya tenía mi propia bicicleta para ir por mi cuenta. Antes, cuando era pequeño e iba al colegio en Dalt Vila con Don Joan des Sereno, me llevaba en bicicleta mi tío Pep de n’Escarrer, que era guardia civil y me dejaba delante del Pereyra, donde tenían la base. Desde allí me iba hasta el colegio por mi cuenta.

—¿Continuó sus estudios?

—Estudié hasta el PREU, el equivalente al COU. Estuve durante tres temporadas trabajando como ayudante en la torre de control del aeropuerto y me hubiera gustado seguir estudiando para convertirme en controlador aéreo. Pero yo era hijo único y teníamos un negocio familiar, no me dejaron estudiar más.

—¿Cómo acabó trabajando en la torre de control del aeropuerto?

—Por mediación de otro tío mío, Toni, que era controlador. En aquellos tiempos era más fácil, en la torre de Ibiza había cuatro controladores y cuatro ayudantes. Nosotros pasábamos el plan de vuelo, cuando el avión despegaba le decíamos a Palma que ‘en el aire’ y, por qué no reconocerlo, también controlábamos los aviones de ‘estraperlo’ mientras el controlador se quedaba dormido o hacía sus cosas (ríe). No tuvo nada que ver con la torre de control y a mí me pilló fuera de mi turno, pero en aquella época ocurrió el accidente de Ses Roques Altes. Yo estaba haciendo la mili al mismo tiempo y, aunque tuve que ir allí, no me tocó ver lo más fuerte.

—¿Cuándo comenzó a trabajar en la tienda?

—En realidad, la tienda y la casa estaban juntas y siempre eché una mano en la medida que podía. El pueblo era pequeño y tampoco había tanto trabajo, de manera que podía compatibilizar la tienda con el trabajo en la torre de control. Soy muy malo para los años, pero me haría cargo de la tienda a finales de los 70 y a principios de los 80 hicimos una modernización. El modelo de la venta a granel ya no tenía mucho sentido e hicimos la tienda más tipo supermercado con la cadena Vivó. La tienda tenía una pequeña barra y montamos el bar en la parte donde antes había sido la casa. A mí no me gustaba el bar, así que se lo alquilamos a Toni y Joan, los hermanos Racó, durante muchos años y ahora es mi hijo Josep quien se encarga del bar y de la tienda desde que me jubilé hace unos años.

—Durante su juventud habrá vivido mil anécdotas desde el negocio familiar.

—Muchas, claro. La época en la que mi padre llevaba el bar era la época de Franco. Un día a un cliente, Joan Cristòfol, no se le ocurrió otra cosa que gritar ¡Viva Rusia! Aquí cerca vivía un guardia civil que se enteró y nos denunció. Si no llega a ser por el tío Pep, que también era guardia civil, nos hubieran cerrado el bar. En el bar se hacían celebraciones de cumpleaños y alguna comunión de los niños del pueblo. Para una de esas celebraciones fuimos a comprar banderitas a Can Verdera. Ya estaban hechas y, por alguna razón, no estaba la bandera de España. Total, que el tío Pep nos tuvo que volver a salvar de la denuncia que nos volvió a poner el guardia civil que vivía en el pueblo (ríe).

—A la hora de ‘festejar, ¿se atrevió usted a ir a Sant Mateu?

—(Risas) No. Yo no tuve que salir de es Puig d’en Valls para ‘festejar’ con Maria desde que éramos pequeños. Con las idas y venidas típicas de la juventud nos acabamos casando cuando volvió de estudiar Enfermería en Palma. Tenemos cuatro hijos y cuatro nietos. Xavi es de nuestro hijo Josep, Sara y Hugo son de nuestra hija Patri, Ana tiene a Arán y nuestra hija María no tiene ninguno.

—¿Ha cultivado alguna afición?

—Sí. Jugué a fútbol durante bastante tiempo en equipos como el Juventud, el España o el Hospitalet. Después me dediqué también al motocross en la época buena con mi Bultaco Pursang 250cc. Yo no era de los mejorres, pero hacíamos competiciones y uno del grupo, Ramon Ramon, llegó a ser campeón de España. Había mucha afición, pero cuando Serafín y Riereta murieron en accidentes lo acabamos dejando un poco de lado. Entre una cosa y otra yo me he roto tres meniscos (uno dos veces) y los ligamentos, así que ya no estoy para hacer gran cosa más allá de pasear.

—También ha visto crecer es Puig d’en Valls desde primera línea.

—Se puede decir que lo he vivido todo en es Puig d’en Valls. Desde haber nacido aquí hasta ahora mismo, que aquí sigo. Siempre ha sido un lugar tranquilo de gente de Ibiza. Tenemos la suerte de que no pasa ninguna carretera principal y, pese que ha crecido mucho, qué duda cabe, sigue siendo un lugar tranquilo de gente de aquí.