Paco Maldonado en el Parque de la Paz de Vila tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Paco Maldonado (Adra, Almería, 1945), llegó a Ibiza acompañado por sus amigos de Alicante en busca de trabajo. Un trabajo que, con su oficio de instalador electricista bajo el brazo, no le costó encontrar. De la misma manera que encontraría en Ibiza el destino del resto de su vida junto a su esposa, Catalina.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Adra, un pueblo de Almería que también fundaron los fenicios. Éramos cinco hermanos y nos mudamos a Alicante, donde mi padre tenía a casi toda la familia, cuando yo tenía seis años. Se puede decir que me crie más en Alicante que en Adra. Del pueblo los únicos recuerdos que guardo es de que allí no había mucha abundancia.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mis padres eran Julia y Antonio. Mi padre, aunque era panadero de oficio, fue militar desde muy joven.

—¿Estudió en Alicante?
—Así es. Allí me hice instalador electricista y empecé a hacer mis primeros trabajos desde muy jovencito, antes de venirme a Ibiza con tan solo 15 años. También estuve jugando a fútbol en el Divina Pastora de Alicante desde su fundación, tanto en infantiles como en juveniles.

—¿Cuándo vino a Ibiza y por qué?
—Llegué a Ibiza un martes 13 de enero. Vine a buscar trabajo junto a un buen grupo de amigos: Manolo, Miguel, Juan, Antonio... Éramos ocho.

—¿Encontró trabajo?
—Ya lo creo, todos empezamos a trabajar enseguida. Yo como técnico electricista en Ascensores Caparrós, donde estuve un par de años. Después trabajé en distintos lugares como en la construcción del Aeropuerto en la primera y la segunda fase. En aquella época hubo el accidente de ses Roques Altes. Ese día el Aeropuerto era todo un jaleo. También trabajé, siempre como instalador eléctrico, en la construcción del Club de Campo o en una tienda de electricidad de la calle Castilla que se llamaba Dotriza. Poco después me tocó hacer la ‘mili’. Mi padre me metió en los Regulares 5 de Alhucemas, Melilla, donde pasé más de tres años muy, pero que muy duros.

—¿Cómo era la Ibiza que se encontró al llegar con sus amigos?
—Muy distinta a la de ahora. Prácticamente todo lo que ahora es la ciudad, antes eran pequeñas casas y terrenos. El Parque de la Paz era un campo de fútbol y en ses Figueretes todavía había muchas de las higueras que le dieron nombre a esa zona. También recuerdo que había muchos hippies, sobre todo en la parte de San Carlos, pero podías verlos en cualquier parte. Además, nosotros nunca habíamos visto gente extranjera y alucinábamos con las suecas y las noruegas (ríe).

—Esa risa le delata, ¿fue usted muy ‘palanquero’?
—(Ríe) ¡Hombre, claro! Todo lo que pude. Además, yo también me había hecho un poco hippy, pero de los buenos, y estaba muy guapo. Llevaba el pelo largo y hasta barba durante una temporada. (Rebusca entre sus cosas para sacar unas fotos de carnet antiguas) Mira, si es que me confundían con Nino Bravo. Así que sí, fui de ‘palanca’ hasta que conocí a mi novia, Catalina, un domingo paseando por Vara de Rey. Un día nos paró la Guardia Civil y, al darles el carnet de conducir, que era de esos grandes que se abrían en tres partes, el primero miró la foto y dijo que ese no era yo. Se la pasó a su compañero y dijo que tampoco le parecía que yo fuera el de la foto, que el de la foto era Nino Bravo. Catalina le respondió muy enfadada que yo era más bajito, pero mucho más guapo que Nino Bravo (ríe).

—Con piropos como ese, entiendo que se acabaría casando con Catalina.
—Así es. Aunque me costó ocho años de noviazgo hasta que nos casamos y tuvimos a nuestro hijo David un año más tarde.

—¿Continuó usted con su oficio de instalador eléctrico?
—Así es, aunque al poco tiempo de casarnos hice unas oposiciones para hacerme cartero. Estuve unos tres años repartiendo correo antes de sacarme otra oposición para trabajar para el Ministerio de Educación y Ciencia hasta que me jubilé.

—¿Cuál era su puesto en el Ministerio de Educación y Ciencia?
—Estuve en distintos colegios e institutos de Ibiza, como en Artes y Oficios, como instalador electricista y llevando el mantenimiento. Así me jubilé, mientras trabajaba en Sa Blanca Dona.

—¿Se relacionaba con el alumnado de los centros en los que trabajaba?
—Sí, claro. Aunque me hacían alguna que otra trastada. Como una vez que robaron la campana que se tocaba para convocar a los chicos después del patio. Hace unos cuatro años Toni, un alumno de esa época, me contó que habían sido ellos los que ‘robaron’ la campana. Lo único que consiguieron fue que cambiara la campana por un timbre eléctrico (ríe).