—¿Dónde nació usted?
—Nací en Vila, tras la Fonda Formentera como mis hermanos Paco y Antonio. Bueno, en realidad Paco y yo, que somos gemelos, nacimos en la clínica Alcántara. Cuando nació Paco, la enfermera fue corriendo a darle la noticia a mi padre, que estaba trabajando como panadero en Cas Corpet, de que había tenido un hijo. Una hora más tarde volvió para decirle que había tenido dos hijos (ríe). ¡Casi le da un ataque! Si ya era complicado mantener a uno, imagínate dos.
—¿Quiénes eran sus padres?
—Mi madre era Antonia, que era de Sant Mateu, y mi padre era Xicu de Can Cala, de Sant Rafel. Mi padre tenía 13 hermanos y, como no había trabajo para todos, unos se fueron a Sant Antoni, otros a Argentina y él acabó yéndose a Mallorca a trabajar como panadero y pastelero. Cuando volvió, después de haber trabajado en Cas Corpet, montó su propia panadería, Ca n'Aubarqueta, delante de lo que fue el restaurante Las Vegas y la cristalería Gonell. Allí hacía pan, ‘galletes d'Inca' y ‘galletes fortes'. Más adelante acabó trabajando en la San José.
—¿Trabajó usted en la panadería?
—Sí y no. Me explico: cuando éramos pequeños echábamos una mano, como no podía ser de otra manera. Básicamente nos dedicábamos a limpiar latas y a cargar leña para el horno. Pero no nos gustaba nada y no quisimos continuar con el oficio, por mucho que mi padre insistiera. Así que, cuando acabé de ir al colegio en Sa Graduada, empecé a trabajar en el bar La Maravilla como aprendiz de camarero con Vicent Manyà, cuando tenía unos 14 años. Dos años más tarde me fui, también como camarero, al bar Siroco con Paco García y Jaume un par de años más. De allí me fui al Ebeso, después a Sant Antoni, a Ses Coves Blanques y a distintos lugares de toda la isla: es Canar, ses Figueretes o el bar Cristal. También estuve trabajando en Londres un par de años. Me fui allí detrás de una inglesa (ríe). Otro bar al que fui mucho fue el Bagatella, que lo llevaba Cirilo. Pero a este bar no iba a trabajar, al Bagatella íbamos cuando terminábamos de trabajar para juntarnos con los amigos y tomarnos unas copas juntos hasta las dos o las tres de la madrugada.
—Trabajando en la hostelería desde tan joven, sería testigo de la llegada del turismo.
—¡Ya lo creo! No nos faltaban las inglesas, que iban todas en minifalda e íbamos de ‘palanca' todo lo que podíamos (ríe). De hecho, la primera española con la que estuve, me acabó enganchando para el resto de mi vida (ríe). Una catalana que se llama Juana que vi junto a mi amigo Fernando cuando nos íbamos al cine Cartago. Eran Navidades y ella volvía a Barcelona junto a su amiga y estaban esperando el autobús delante de Es Crèdit. Cuando vimos lo buenas que estaban, con sus abrigos de piel, no pude evitar ir a saludarlas y acabamos llevándolas al aeropuerto y quedando para Reyes, que volvían a Ibiza. Cuando volvió la llevé a cenas a Cas Pagès, empezamos a salir y nos casamos al cabo de un par de años. Tuvimos dos hijos, Óscar, que tiene a mis nietos Laia y Pau, y Víctor.
—¿Seguía trabajando como camarero cuando se casó?
—Nos casamos en 1974, un año antes de que montara mi propio bar, el Tornado. Si no me hubiera casado entonces, habría sido un golfo el resto de mi vida (ríe). Mi padre había vendido la finca de Sant Rafel y me regaló un local al lado de la plaza de toros, en la calle Cabrera, que compró con parte de lo que sacó. No tenía ni un duro y no sé ni cómo me apañé para montar el bar. De hecho, mi cuñada, Ana María, fue quien nos pagó el viaje de novios a Canarias. Los primeros años fui literalmente de culo para poder pagar las obras que tuve que hacer. Poco a poco logré remontarlo y lo mantuve hasta que me jubilé ene 2011.
—Tantos años en el bar Tornado, habrá visto cómo evolucionaba la zona.
—Cuando abrí el bar, en esa zona solo estábamos el bar Xic y yo. Abría a las 6:30 de la mañana y, a esa hora, venían los trabajadores de GESA, que vivían en el edificio de al lado. Mi madre trabajaba en la cocina y hacía unas tapas deliciosas, ¡más de 20 distintas! Cerraba a las 11, las 12 o a la una de la mañana, según el día. De la misma manera que el inicio fue duro, después tuve unos años muy buenos. Entre el edificio de GESA, el bingo, que abrió más tarde, y otros negocios que fueron abriendo poco a poco, la zona fue teniendo más vida con los años. También estaba la plaza de toros que, mientras funcionó, también atraía a mucha gente. No solo por las corridas de toros, allí también hacían conciertos y algunos de los músicos que tocaban allí pasaban por el bar. Antonio Molina o Manolo Escobar, por ejemplo. Otro que vino un par de veces fue Bob Marley. La primera vez se tomó una cerveza y la segunda un ron-cola. Cuando vino Bob Marley me llenó el bar en 10 minutos, todo el mundo quería entrar para verle. Él desaparecía enseguida, ni siquiera se acababa la copa, que pagaba uno de sus acompañantes. Fue una pena que no continuaran con los conciertos en la plaza de toros.
—¿A qué dedica su jubilación?
—A hacer nada (ríe). Soy muy feliz tras casi 50 años de matrimonio, tengo dos hijos y un par de nietos maravillosos. Vivo desahogado económicamente: todo funciona. ¿Qué más quiero?
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