Félix Fernández en Vara de Rey tras su cahrla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Félix Fernández (Talavera de la Reina, Toledo, 1944) conserva la misma pasión por los idiomas que tenía cuando, de niño, se aprendía de memoria las palabras de un diccionario de francés que se compró a escondidas. Tras formarse con los monjes cistercienses, llevó a la práctica su pasión por aprender idiomas viajando, por ejemplo, a Alemania. Sus conocimientos le sirvieron en su vida laboral para convertirse en guía turístico poco después de llegar a la Ibiza de los primeros años 80.

—¿Dónde nació usted?

—Nací en Talavera de la Reyna, en Toledo. Yoera el segundo de los cuatro hijos que tuvieron mis padres, Alejo y Sofía. Mi padre era encargado en una gran finca de algodón, tabaco y pimiento para hacer pimentón. Vivíamos allí mismo, a unos siete kilómetros de Talavera.

—¿Dónde fue al colegio?

—Los primeros años estuve en el colegio Cervantes, en Talavera, pero enseguida que pudo, mi padre nos llevó a dos de los hermanos a un monasterio románico de transición a gótico del siglo XI, el Monasterio de la Oliva, en Navarra. Allí estudié durante el bachillerato con los monjes cistercienses, siguiendo las normas de San Benito. Allí aprendí latín durante años    Cada día nos levantábamos a las cinco de la mañana para hacer cantos gregorianos.

—En el monasterio, ¿estudiaba para ser religioso?

—Así es, yo iba para monje cisterciense. Al entar, con solo 13 años, éramos oblatos, que significa ‘ofrecidos a Dios’. Pero con los años llegué a ser novicio. Gracias a esta preparación logré una formación cultural bastante importante y les estaré eternamente agradecido, sin embargo me pudieron las ganas de viajar, por conocer mundo y por aprender idiomas. Desde bien pequeño me interesaron los idiomas: con solo siete años ya me aprendí de memoria un libro de francés que trajo mi hermano mayor. Sin saber pronunciar, aprendí cómo se escribe. Sin decir nada a mis padres, me las apañé para ahorrar tres pesetas y comprarme uno de esos diccionarios pequeñitos de francés. Iba por la calle y, cada 15 minutos me paraba para aprenderme unas cuantas palabras. Los idiomas siempre han sido mi pasión.

—¿Fue a conocer mundo?

—Así es. Enseguida me apunté al Instituto Migratorio de España. Yo quería ir a Holanda, para trabajar en la Philips, pero cambié de opinión y me marché a Alemania. Me interesaba más aprender alemán, que es una lengua más importante que el holandés. La primera vez estuve tres años en una fábrica de metales en Westerwald. Vivíamos en un lugar lleno de abetos que, en invierno había hasta tres metros de nieve. Vivía en una caseta con seis españoles más.

—¿Qué hizo a su vuelta a España?

—La mili. Fue un cambio tremendo pasar del frío de Westerwald, a -20 grados a los 50 grados de Sidi Ifni, al lado del Sahara. Adelgacé 17 kilos, a la vuelta mis padres apenas me reconocían. Sin embargo, me gustó tanto Alemania que no tardé en volver a apuntarme en el Instituto Migratorio para volver.

—¿Consiguió volver a Alemania?

—Así es. En esta ocasión estuve en Hanover, en una fábrica enorme de piezas para molinos, Miac. Allí hice uno de los amigos más importantes que he hecho, el padre Urbanzcyck. Un cura medio polaco medio, medio alemán que fue intérprete de ruso durante la II Guerra Mundial. Me ayudó mucho en una época en la que estaba un poco deprimido.    Me regaló un ejemplar del ‘Fausto’ de Goethe que todavía conservo.

—¿Cuánto tiempo duró esta segunda etapa en Alemania?

—Tres años. A la vuelta me propuse ponerme a viajar, quería irme a Inglaterra para aprender inglés. Pero mi padre conocía a un pez gordo de Iberia que me convenció de lo difícil que era ir en aquellos años a Inglaterra y de que, si quería aprender idiomas, el mejor lugar era Mallorca. Me hizo una carta de recomendación y, como ya hablaba alemán, francés y algo de inglés, acabé trabajando como recepcionista durante ocho o nueve años en distintos hoteles de la cadena Riu. Allí me pilló la famosa época de las suecas y también aprendí algo de sueco (ríe). Eso sí, seguí viajando y aprendiendo otros idiomas, me pasé dos inviernos enteros en Inglaterra sin hablar ni una palabra de castellano.

—¿Cuándo llegó a Ibiza?

—Cuando vinieron a buscar personal desde Ibiza. Eran principios de los 80 y me había quedado sin trabajo, así que acabé viniendo a Ibiza a trabajar en el hotel Tanit. Sin embargo no llegué a adaptarme a ese trabajo, así que fui a hablar con Vicente Ribas y me puse a trabajar como guía turístico en Viajes Barceló. Cuando estaban en ese edificio que acabó derrumbándose. Me gustó mucho ese trabajo y, pocos después sacaron los exámenes para sacarse la titulación oficial. Recuerdo que ‘Botja’ fue el que me examinó de Historia. Total, que me saqué el título de Guía Turístico a nivel de Baleares. Este ha sido el oficio que he venido desarrollando hasta que me jubilé hace unos años. Aunque también he hecho de intérprete. Al poco tiempo de estar haciendo de guía, me enteré de que en Barcelona había una escuela de intérpretes en la UAB y, aunque me gasté bastante dinero, estuve yendo a esta escuela. Esto me permito hacer de intérprete en los juzgados o en el hospital.   

—¿Cuántos idiomas ha aprendido?

—El último idioma que he aprendido es el ruso. A buen nivel, hablo siete idiomas. Ahora me ha dado por aprender alguna palabra china

—Como guía, ¿ha visto cambiar mucho el perfil de turista que llega a Ibiza?

—Así es. He estado 36 años trabajando como guía y, de los primeros a los últimos turistas a los que he atendido, hay una diferencia abismal. Al principio, los turistas mostraban interés por la cultura, el paisaje o la historia de la isla. En los últimos años, salvo algunas excepciones, a la mayoría solo les interesan las cuatro tonterías más superficiales de la isla. El nivel cultural del turista ha bajado muchísimo con los años. Eso sí, siempre me he encontrado con gente muy agradecida y que ha sabido valorar lo que ha visto.

Félix Fernández en Vara de Rey tras su cahrla con Periódico de Ibiza y Formentera.