Feli Sánchez de Molina (Brazatortas, Ciudad Real,1952) llegó hace solo cuatro años a Ibiza, dejando atrás muchos años de un matrimonio plagado de menosprecios y malos tratos en Madrid.
—¿Dónde nació usted?
—Nací en un pueblo de Ciudad Real, Brazatortas, el mismo de Millán, el de ‘Martes y 13' (que es familiar nuestro). Yo era la pequeña de tres. Julián y Leonardo eran mis hermanos mayores. Leonardo y Concepción eran mis padres.
—¿A qué se dedicaban?
—Mi padre trabajaba para él mismo en sus tierras, se dedicaba a la ganadería y al campo, esas cosas que se hacen en el pueblo. Creo que vivía mejor allí que en Madrid, donde nos mudamos cuando yo tenía 10 años y donde se puso a trabajar en la construcción. Hizo un sacrificio para que nosotros pudiéramos tener una buena educación. Mi madre se ocupaba de nosotros y de echarle una mano a mi padre para cualquier cosa que necesitara. Se adoraban el uno al otro. Mi padre también hacía tareas en casa, lo más habitual era que cocinara.
—No era muy habitual ver a los hombres de su época en la cocina, ¿no es así?
—No. Él tuvo una historia bastante dura. Se quedó huérfano de madre y se crió junto a sus hermanos con su tío Policarpo. Cuando estaba haciendo la mili le pilló La Guerra y acabó luchando para los bandos, primero por obligación y después por convicción, él era de izquierdas. Acabó La Guerra detenido en un campo de concentración en Huesca del que logró escapar. Llegó desde Huesca a Ciudad Real caminando por las noches y escondiéndose durante el día. Allí, después de once años de noviazgo y muchísimas cartas durante La Guerra, se casó con mi madre.
—Toda una historia de amor.
—Así es. Siempre se quisieron muchísimo y así se trasladaba en casa. Fueron unos padres maravillosos, (se emociona) les echo mucho de menos. En casa siempre se habló de todo muy abiertamente, tanto de sexualidad como de cualquier otra cosa. Lo único que me pidió es que tuviera mucho cuidado con los embarazos, pero también advertía a mis hermanos de que fueran muy responsables en este sentido. Que pensaran que las chicas merecen un respeto, que también tenían familia y que deberían responder ante cualquier falta de prudencia. Me da mucha rabia ver cómo hoy en día hay tanto joven retrógrado cuando mi padre, que nació en 1910, ya tenía unas ideas mucho más claras y progresistas de lo que se ve ahora.
—¿Heredó los valores de sus padres?
—Sí. También el de la solidaridad, y es que mi padre cogía a los chavales del pueblo que trabajaban en el campo y les enseñaba por las noches a leer y a escribir. Yo he criado a mis hijos en la igualdad y la solidaridad y ahora mi hijo Rubén trabaja para Naciones Unidas con los refugiados. Ahora está en Senegal pero ha estado en mil lugares distintos. Mi hija Sara creó una asociación durante la pandemia con la que logró recaudar muchísimo dinero para ayudar a mil proyectos solidarios y ahora es concejala de Infancia, Igualdad y Mayores. Solo espero que mi nieto Leo también crezca con estos valores.
—¿Le enseñaba a usted también a leer y a escribir?
—Yo ya iba al colegio en el pueblo. Guardo un recuerdo muy bonito de esa época, de la profesora, de la vendimia que me encantaba, de la recogida de aceitunas que me gustaba menos… Mi tío-abuelo organizaba merándolas con todos los sobrinos y cocinaba su arroz con liebre, que odiaba, en su viña.
—¿Fue muy dura la mudanza del pueblo a Madrid?
—La verdad es que no fui muy consciente. Al principio estuvimos en Vallecas, hasta que nos fuimos a Tetuán. El choque más fuerte fue el de ir a un colegio donde no conocía a nadie. Pero me adapté rápido. De esa época recuerdo al sereno, era un oficio muy bonito, podías llegar a casa por la noche sin la llave y él te abría el portal. Tenía todas las llaves. También te daba cierta seguridad al llegar a casa por la noche. Podías volver a casa sola, tarde y tranquila. Crecí en ese Madrid de los grises de la última época de Franco, de hecho me casé el mismo año que murió.
—¿Siguió estudiando tras el instituto?
—Primero estudié secretariado, aunque me hubiera gustado hacer Geología. Muy pronto empecé a trabajar, entre la temporada de verano en El Corte Inglés y una empresa de geología difuminando mapas. Después estuve en Ibergesa seis años, hasta el 79, pero seguimos quedando para ir a comer. Allí todos eran geólogos e ingenieros de minas y , aunque me hubiera gustado acompañarles a estudiar el terreno, ya tenía a mis hijos pequeños y no podía ir. Así que me puse a estudiar todos los cursos sobre Sanidad que pude: auxiliar de Geriatría, de Pediatría, de Farmacia, de Odontología… Me enamoré del mundo sanitario.
—Entiendo que, mientras tanto, conocería al padre de sus hijos.
—Así es. Lo conocí en el funeral de una amiga de mi madre y a los cuatro meses ya nos casamos. Tras 44 años casados, me separé hace cuatro por malos tratos. Consentí durante demasiados años las faltas de respeto y los menosprecios. Siempre encontraba alguna razón para disculparlo. La gota que colmó el vaso fue el día que me levantó la mano por segunda vez. Cogí la puerta y no le di más opción. Entonces fue cuando me vine a Ibiza, un lugar que no era mío, dolida, sin conocer a nadie más que a mi hija. Ojalá me hubiera separado antes. Por eso animo a todas las mujeres que se vean en esa situación a que tomen la decisión.
—¿Cómo le ha tratado la isla?
—En Ibiza es verdad que echo de menos lo de ir a los museos cada miércoles o al teatro como en Madrid. También que al principio me encontré un poco sola, es normal. Pero pronto me di cuenta de que los ibicencos no son lo antipáticos que me habían contado. Vivo en Figueretes, yo soy muy de barrio, y cada mañana voy a desayunar al Lince. Al poco tiempo de estar yendo, una mesa de personas mayores, todos ibicencos, que siempre desayunaban allí me invitaron a sentarme con ellos. Desde entonces desayuno siempre con Maria, Gilberto y Elsa. Me encanta escuchar como hablan ibicenco y tratar de entenderlo. Ibiza se ha convertido en mi hogar.
—¿Cultiva alguna afición?
—Sí, pinto y hago manualidades desde hace años. Hice alguna exposición en Madrid. También hago cerámica, tapizo, coso, laco puertas… cualquier cosa que pueda hacer con las manos. Además me encanta viajar, desde que jugaba en el equipo de baloncesto de El Corte Inglés y nos fuimos a competir a Francia. Como a mi ex no le gustaba viajar he perdido mucho tiempo, pero desde que mi hijo está en Acnur, como ha estado en tantos sitios del mundo, he estado en México, Trinidad y Tobago, Ginebra, Venezuela… Hay tres maneras de disfrutar los viajes: cuando vas, cuando lo cuentas y cuando lo recuerdas viendo las fotos.
Sin comentarios
Para comentar es necesario estar registrado en Periódico de Ibiza y Formentera
De momento no hay comentarios.