Matías Gil tras la charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Matías Gil (Jalón, Alicante,1949) ha ejercido de carnicero desde que llegó a Ibiza hace casi medio siglo en la carnicería Ferrá, el negocio de su familia política. Sin embargo, cuando llegó a la Ibiza de los años 70 el turismo incipiente en la isla no le sorprendió, ya que venía de un Benidorm que, turísticamente, todavía nos llevaba mucha ventaja.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en un pueblo de Alicante que se llama Jalón. Yo era el pequeño de una familia de cuatro, mis padres eran Matías y María.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—A la agricultura. Se podría decir que crecí bajo una parra (ríe). Me tocó echarles una mano a mis padres desde bien pequeño, trabajando en la finca de mis padres. Aunque siempre les había ayudado, ya me puse en serio cuando terminé el colegio, a los 14 años.

—¿Cómo era el colegio en su pueblo?
—Como la mayoría de los colegios de la época. Eran clases repletas de críos, nosotros seríamos unos 40, de todas las edades y separados entre niños y niñas. Solo teníamos un libro para todo el año y el maestro era el típico del que habla el dicho ese: ‘Pasas más hambre que un maestro de escuela’. Era una época muy distinta a la de ahora.

—¿Hasta cuándo trabajó con sus padres en la finca?
—Hasta que una granizada arruinó toda la finca cuando yo tenía unos 16 años. Mi madre se quedó rezando, mi padre cagándose en todos los santos y yo me fui a trabajar a otro lugar. A Oliva.

—En Oliva, ¿siguió trabajando el campo?
—No. Allí estaba mi primo Pepe, que tenía un taller de motos y me fui a trabajar con él. Aunque no llegué a trabajar con él más que unos meses. Entonces comencé a trabajar como escayolista en todo el Levante: Calpe, Benidorm… Ese negocio, en esa época, era una verdadera mina. No habías terminado el trabajo en un lugar que ya te estaban llamando para dos más. Estuve cerca de diez años trabajando la escayola, hasta los 26 años, que me vine a Ibiza.

—¿Qué le trajo a Ibiza?
—Amparo, la que entonces era mi novia. Era del pueblo y nos conocíamos desde bien jovencitos, pero no fuimos novios hasta que fuimos mayores. Como ella se había venido a Ibiza con su familia, donde abrieron la carnicería Ferrá. Antes de venir definitivamente ya venía tres o cuatro veces al año, la primera vez en 1968. Entonces Ibiza era Ibiza: apenas había calles asfaltadas y había mucha tranquilidad. Nos casamos pocos años después, en 1979, en el pueblo eso sí. Tuvimos a nuestros hijos, Amparo, Olivia e Iván y, a día de hoy, ya tenemos a nuestros nietos: Iván, que es de Olivia y Blanca y Alma, que son de Amparo.

—¿Notó mucho cambio en Ibiza?
—La verdad es que no mucho. Piensa que venía de la parte de Benidorm y, por aquel entonces, eso ya era un hervidero de turismo mucho más desarrollado de lo que era Ibiza. Allí vi como empezaba todo. Cuando llegué a Benidorm eso apenas era la parte vieja y la parte del castillo. Antes de la llegada del turismo, allí se pasaba bastante hambre, no había más que pesca. Cuando me marché ya estaban construyendo todos esos edificios altísimos que la gente recibió con los brazos abiertos. Cualquier cosa que trae dinero se acaba recibiendo con los brazos abiertos, claro.

—¿Siguió trabajando como escayolista en Ibiza?
—No. Al poco tiempo de llegar mi suegro, Luis, me propuso trabajar con él en la carnicería. Era una época en la que apenas decidías en qué ibas a trabajar, te ponías en lo que te ofrecían y punto. Más aún si se trataba de la empresa familiar. En la carnicería llegué a hacer de todo, desde atender al público a repartir con la furgoneta. Trabajé siempre con mi familia política, entre Ferrá y Can Caus, hasta que me retiré hace unos años.