Félix Martínez, gran coleccionista de juguetes y muñecas antiguas. | Toni Planells

Félix Martínez (Figueretes, 1969) ha crecido en las calles de Vila, donde su familia abrió un negocio de pinturas y bellas artes que con el tiempo se convirtió en tienda de caramelos y que hoy en día mantiene como salón de té. Una de sus grandes pasiones al igual que el coleccionismo de juguetes, muñecas y casas de muñecas de entre 1750 y 1950 que le han convertido en uno de los grandes coleccionistas de esta disciplina.

—¿Dónde nació usted?
—En Figueretes. En casa. Todavía eran tiempos en los que la comadrona venía a casa. De hecho, mi madre siempre me cuenta que la comadrona nunca había visto nacer a un niño tan grande, y es que pesé cerca de siete kilos. Yo soy el tercero de cinco hermanos.

—¿Creció en Figueretes?
—No. El mismo año que nací construyeron el edificio Astoria, en Vila, y mis padres se compraron un piso allí y he vivido siempre en Vila. Aunque no sé bien por qué, tal vez porque no quedaban plazas, no fui a Sa Graduada, que estaba al lado de casa y fui al colegio a Sa Bodega. Allí estudiaba mi hermana mayor, Ana, que supongo que le pasaría algo parecido. Ana siempre ejerció de hermana mayor. Siempre se portó como su fuera nuestra segunda madre.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mis padres, Félix y Ana, tenían una tienda de pinturas y bellas artes al lado de Santa Cruz. De hecho se llamaba igual que la parroquia: SantaCruz’. En esa época toda esta zona era prácticamente campo. Cada vez que llovía, la calle se convertía en un barrizal. Ha cambiado todo muchísimo, apenas quedamos cuatro tiendas de las de entonces. Supongo que es ley de vida y que yo soy un poco nostálgico, pero me da un poco de pena ver cómo ha cambiado todo en los 40 años que llevo en la tienda.

—¿A qué edad empezó a trabajar en la tienda?
—A los 14. Primero en la tienda de bellas artes, pero más adelante montamos una tienda de caramelos que mantuvimos unos 30 años. Hace unos 10 años, cuando mi madre se jubiló, decidí dedicar el local a una de mis pasiones: un salón y tienda de té. No es que la tienda de caramelos fuera mal, todo lo contrario, pero necesitaba un cambio. Con el tiempo he podido afianzar una clientela muy buena durante todo el año. Aunque es verdad que los clientes de invierno no tienen nada que ver con los del verano. En invierno tenemos la clientela fija que vive aquí todo el año, pero que en verano está trabajando. Es entonces cuando viene otro tipo de clientela, también fiel año a año, que son los de las villas, los yates y este tipo de cosas. Es que, a mí, esto del ‘luxury’ no le puedo. Me parece de cartón-piedra. Desde hace un tiempo tengo la sensación de que Ibiza se está prostituyendo y perdiendo su esencia. Lo digo con pena. También tenemos clientes de los que vienen a Ibiza cada año desde hace décadas.

—Supongo que tendrá una gran variedad de tés.
—Ya lo creo. Más de 300 distintos. Además, también hago mis propias mezclas personales, como la de hierbas de Ibiza, que me lo compran mucho los extranjeros. En invierno es muy bonito cuando la gente se sienta a tomar té en las tres mesas que tengo y todos acaban conversando entre ellos, de literatura, de viajes o de lo que sea. Al final, todos los clientes acaban siendo amigos.

—¿De dónde le viene su pasión por el té?
—De una gran amiga: Mercedes Santurtún. Que tenía una tienda de antigüedades al lado de nuestra tienda. Cuando era pequeño me pasaba el tiempo metido en su tienda. Por las tardes me invitaba a té en su casa, rodeados de antigüedades. Al lado estaba el taller de Paula’s. También el taller de restauración de los Murenu. Además, siempre iba a inauguraciones de exposiciones. Ten en cuenta que mi padre les vendía todo el material. Mi infancia fue mágica. La recuerdo con mucho cariño. Cuando iba a merendar a casa de mi abuela, Antonina, a Sa Drassaneta, estaba todo lleno de tiendas, restaurantes, galerías de arte… Armin y Stuart me permitían entrar en su tienda, Paula’s, que estaba al lado de casa de mi abuela. Había un glamour muy especial en toda La Marina. Se juntaban hippies con pescadores y payesas. Cuando la veo ahora se me cae el mundo a los pies. Supongo que gracias a me convertí en un chaval un poco especial.

—El ser ‘un niño especial’ ¿le supuso algún problema con los otros chicos de su edad?
—Es verdad que esto de ser ‘especial’ tiene una cara b. Pero he tenido la suerte de saber digerirlo siempre muy bien. Supe darle la vuelta, no sé cómo ni por qué, pero de repente desapreció todo sin necesidad de psicólogos. Tal vez fuera por el cariño que me rodeaba o por ese mundo tan mágico en el que tuve la suerte de crecer.

—Aparte del té, ¿cultiva alguna otra pasión?
—Sí. Los juguetes antiguos. Todo empezó cuando otra anticuaria, vecina de mi abuela, me regaló un pollito de hojalata de Pallá. Ese fue mi primer juguete antiguo con el que comencé mi colección. Un día, unas primas de mi madre, Pepita y Rosita, me regalaron una caja con los juguetes que habían sido de sus hermanos en perfecto estado. Desde entonces, 40 años después, sigo coleccionando juguetes antiguos. Tendré miles entre muñecas de porcelana, juguetes de hojalata o casas de muñecas antiguas. Cada una de las casas tiene miles de miniaturas en su interior.

—¿Recuerda su primera casa de muñecas?
—Claro. Pedí mi primera hipoteca para comprar una casa de muñecas: El Palau de la esperanza. Tendría 18 años cuando la vi en un viaje a Barcelona y me enamoré enseguida. Así que pedí un préstamo de 200.000 pesetas al banco para poder comprarla a plazos durante años. Poco a poco la fui llenando de piezas diferentes y muy especiales. Muchas me las regalaron grandes amigos. Piensa que cada casa se acaba de llenar a lo largo de los años. Es todo un universo. Esas casas iban destinadas a un público bastante determinado, normalmente niñas de clase burguesa o aristócrata. Yo me he centrado bastante en las casas de muñecas, sobre todo catalanas, del siglo XIX: la edad de oro del juguete. Barcelona tenía las mejores fábricas de juguetes con unos artesanos excepcionales. Mi colección es del periodo entre 1750 hasta 1950, dos siglos de historia. También tengo una buena colección de juguetes religiosos.

—¿Cree que los juguetes reflejan la sociedad del momento?
—Sin duda. Como te decía, estaban destinados a la burguesía catalana. Una de las casas que tengo, de 1880, tiene hasta muñecas que representan a todo el servicio que tenían en la casa. Todas negras. Esa familia tenía negocios en Cuba y se traían a negros a Catalunya para el servicio. De esto no se habla mucho, pero la burguesía catalana hizo mucha trata de negros en esos tiempos. Se habla mucho de los americanos, pero la burguesía catalana, por muy fina y culta que fuera, también hizo de las suyas e hizo mucha fortuna con la trata de negros. Como decía mi gran amigo Luis Llobet: «doble moral». Junto a Mercedes, tuve la suerte de que ‘Luisito’ Llobet fue uno de mis grandes e íntimos amigos. Supongo que he heredado un poquito de cada uno de ellos.

—¿Sigue ampliando su colección?
—Sigo comprando, pero cada vez menos. Apenas me caben ya en casa. Vivo con mi madre y algún día me va. Tirar por el balcón (ríe)