— ¿De dónde es usted?
— Yo soy de Santa Gertrudis. De Can Guasch. Mi madre, Vicenta, venía de Puig d'en Valls, de Can Joaní, y mi padre, Mariano, es de Santa Gertrudis. Somos de Santa Gertrudis de toda la vida. Los dos han trabajado siempre en las pistas de Santa Gertrudis, se encargaban de llevar el bar de las instalaciones. Hace un par de años que lo han dejado. Bueno, mi padre también ha hecho más cosas, ha estado con los karts y con el taxi.
— Imagino que habrá crecido en este pueblo.
— Así es. Aquí fui siempre al colegio, al instituto fui al de Sant Llorenç, pero puede decirse que he crecido y me he criado en Santa Gertrudis. Mi familia y mis amigos son de aquí. Santa Gertrudis es un pueblo de verdad, como los de toda la vida, que todo el mundo sabe de todo el mundo y se conoce. Mi vecina, Elena, ha sido siempre mi mejor amiga y he estado tanto tiempo en su casa como en la mía. Siempre jugábamos por el campo, a la cuerda, la chinga y demás, jugando en el campo… Siempre he sido de campo y pueblo (ríe).
— ¿Le gustan o ha desarrollado tareas en el huerto?
— Me gusta y siempre he ayudado a mis abuelos, Miquel y Maria, a sembrar o a cuidar de las gallinas. Debo reconocer que no sé hacer las labores del campo, pero es un mundo al que he estado siempre vinculada. Me siento un poco de la última generación que ha vivido este tipo de ambiente, y lo he vivido muy de refilón. He tenido que escuchar mil veces eso de que «cuando eras pequeña, no había quién te metiera en casa, y, ahora te pasas el día delante del ordenador sin salir», y es que he vivido el tránsito entre las dos cosas. Soy capaz de recordar, cuando era pequeña, que las puertas de casa de mis abuelos estaban siempre abiertas. Ahora no salen de casa ni cuándo son pequeños ni cuando son grandes. De hecho, noto un cambio muy radical entre la gente de mi edad y la de mi hermano, Miquel, que tiene 17. Se pasan el día enganchados a la Play, con los cascos y sin salir nunca de casa. Son una generación totalmente distinta, pretenden hacer cosas de edades más avanzadas.
— ¿Salió a estudiar fuera?
— Sí. Toda la vida había querido ser maestra y fui a Barcelona a estudiar Educación infantil. Aunque ya conocía la ciudad, fue un contraste importante pasar de la tranquilidad de Santa Gertrudis al frenesí de una ciudad como Barcelona. Hasta en el caminar, aquí la gente camina lento, allí a toda velocidad. La verdad es que me supe adaptar y yo también empecé a caminar rápido (ríe). También hice muy buenas amistades, con Irene, Laia y María (que es de Menorca) formamos una buena cuadrilla de ‘amiguitas'. Fueron cuatro años muy buenos… bueno, mitad y mitad, porque nos pilló la pandemia a medias y hubo que hacer las cosas de otra manera.
— ¿Ha podido ejercer su vocación?
— Al terminar la carrera trabajé en distintas escuelas infantiles, en Santa Gertrudis o Vila, por ejemplo. También he estado cuidando niños y haciendo repasos. Pero ya se sabe cómo son las cosas y por temas de listas, interinos y demás, no hay una seguridad. Siempre estás haciendo alguna sustitución temporal, así que he acabado haciendo el taxi (ríe).
— Un cambio considerable
— (Ríe) Indudablemente, sí. Pero algo hay que hacer, y aprovechando que me gusta conducir y que mi padre es taxista, me animé a probar y se me da bien y me gusta. Eso sí, si mañana me llaman para ejercer de maestra, mañana mismo voy. La gente, generalmente, es sorprendentemente maja. Parece que, siendo mujer y joven, se te trata más entre algodoncitos. Solo he tenido una experiencia comprometida pero, generalmente, me he sentido bastante segura. También sé poner los límites. Alguna vez, hasta pienso que debería cobrar un plus por psicóloga (ríe). Me daría para escribir otro libro (ríe).
— ¿Otro libro?, eso es que ya tiene alguno.
— Pues sí. Aunque no tiene nada que ver con el taxi, viendo desde allí cómo es la gente y cómo crían a sus hijos, sin valores, me he sentido más orgullosa de haberlo hecho. Se trata de un cuento infantil, ‘Me gusta todo de mi', que hice para el TFG de la carrera. Quería hacer algo que me sirviera para un futuro, como maestra, madre o educadora, para subrayar la importancia de transmitir valores como la cooperación y la ayuda. Al principio lo hice solo para mí, pero le gustó tanto a un alumno que tuve, que decidí editarlo. El protagonista es un mono, Pipo, a quien le gusta llevar falda. Como se ríen de él, pide ayuda a su amiga, la jirafa, para acabar reuniendo a un grupo de animales y amigos con peculiaridades características. Hay una liebre con las orejas demasiado largas, un cocodrilo de color azul, un flamenco que no sabe volar… y toda una serie de referencias que en el taxi he aprendido que, a los padres, también les iría bien. Además las ilustraciones son de Juanjo Jiménez y son muy ways.
— ¿Dónde podemos encontrarlo?
— De momento, solo por internet y bajo demanda. Hace solo dos meses que ha salido y la verdad es
que no conozco muy bien el mundo editorial, pero espero verlo algún día en las librerías de Ibiza.
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