— ¿Dónde nació usted?
— Nací en Mallorca, que es dónde vivían mis padres, Pablo y Magdalena, y donde nacimos los cuatro hermanos, todos por cesárea, Pablo, que nos dejó hace dos meses, Pilar, y yo. La pequeña, Clara, nació cuando ya vivíamos en Ibiza, pero dado el historial de cesáreas de mi madre, también fue a Palma a tenerla (también por cesárea). De hecho, fue de las primeras en nacer en Son Dureta.
— ¿Cuándo vinieron a Ibiza?
— Cuando yo tenía solo un año. Mi padre trabajaba para un constructor mallorquín, Juan Roca Ricos, y le mandaron a Ibiza para trabajar en la construcción del antiguo hospital, donde ahora está el Consell. También trabajó en la construcción de ses protegides, el edificio de Can Bellet, el Ibossim y otros muchos, a parte de casas y chalets para extranjeros (sobre todo alemanes).
— ¿Sus padres eran mallorquines?
— No, mi padre era de Ciudad Real, de un pueblo que se llama Fuencaliente aunque se crió en Puertollano. Lo que pasa es que hizo la mili en Mallorca (se llevó allí a toda su familia) y conoció allí a mi madre. Ella sí que era mallorquina, y muy mallorquina. De hecho, siempre mantuvo todas las tradiciones de Mallorca, sobre todo las culinarias. No faltaron nunca las sopas mallorquinas, o la porcella en Navidad o los rubiols y panades en Semana Santa y el tumbet en verano. Con ella siempre hablamos en mallorquín, con mi padre en castellano y con los demás y entre nosotros en ibicenco.
— ¿Cómo se llevaba eso de ser mallorquines en Ibiza?
— Pues se notaba. Vivíamos en la calle de las farmacias (dónde ahora se hacen los análisis del Dr Marí). Nuestro sitio para jugar era en la plaza de delante de Can Vadell. Nos juntábamos una buena colla, estaba Fernando Vallès, Anna bastida y su hermano Paco, Nieves y Vicente de Can Vadell. También venían las pequeñas de la tienda Forja, Mari, Beatriz... Esa era la tienda en la que vendían el confeti para el carnaval. Les llegaban sacos grandes y nosotras íbamos a ayudar rellenar bolsitas más pequeñas. Lo que pasa es que, a partir de la fuente, ya no podíamos pasar. Mi madre no nos dejaba porque si pasábamos a esa zona, los chavales nos insultaban: «¡mallorquins, porcs i gorrins!». Nos ofendía mucho, no sabíamos a qué venían esos insultos.
— ¿Me describiría cómo era esa zona en esos años?
— La rampa por la que hoy se sube hasta Dalt Vila y las escaleras que hay ahora no existían. De hecho, mi padre estaba trabajando allí cuando descubrieron el arco, que estaba enterrado, que hoy da acceso a la ciudad antigua. Esa zona estaba llena de militares, allí tenían las mulas, los aparejos y más allá tenían las oficinas. Justo al pie de las murallas era la parte trasera de las farmacias, nos sorprendía encontrar a menudo ranas muertas allí, entre la farmacia y la muralla. Eran bastante grandes y no había charcas cerca. No nos explicábamos de dónde salían. Claro, no teníamos ni idea de que se trataba de las ranas con las que se hacía la prueba del embarazo en las farmacias, que las tiraban por detrás.
— ¿Dónde estudió?
— Fui a las monjas de San Vicente de Paul y después a Sa Graduada. Coincidió que mi hermano terminó su carrera en Barcelona (era aparejador) cuando mi hermana y yo acabábamos el instituto y mi padre nos preguntó qué queríamos hacer. Yo quería ir a estudiar, decoración concretamente, pero mi padre era muy protector y no vio nada claro eso de que su hija se fuera sola a Barcelona. ¡Si ni siquiera me dejaba que fuera a los campamentos!. Mi hermana, Pili, no estaba muy convencida de estudiar.
— ¿No pudo estudiar fuera por ser mujer?
— Así es. Lo que hizo mi padre fue ofrecernos un local de un edificio que había construido, el edificio Europa que entonces se llamaba Seturova por los socios que lo construyeron: Segura Rosés, Tur (Partit) y Valverde (mi padre). Así que allí abrimos, el 29 de septiembre de 1969, nuestra tienda, Pilende, con mi hermana Pili. Ella estuvo hasta que se casó y montó su tienda, Replay, con su marido. Más adelante, cuando terminó el instituto, mi hermana Clara se incorporó. Al principio teníamos un poco de todo. No teníamos ninguna experiencia trabajando y probamos con bordados, lanas y demás. Con el tiempo vimos que lo que funcionaba era la lencería y nos quedamos con eso.
— Me llama la atención el nombre, Pilende. ¿De dónde sale?
— Pues tiene su historia. Cuando vivíamos en Avda España en la puerta de delante vivía Rita ‘Taronges', su hijo, Joan, pasaba más tiempo en casa que en la suya. El niño siempre decía que le gustaba más la comida de mi casa que de la suya, y siempre comía en casa. Pero, en realidad, su padre nos daba un plato de comida para él (ríe). Resulta que no le salía el nombre de mi hermana, Pili, y acabó llamándola Pilende, no sé por qué. La cuestión es que nos quedamos con ese nombre para la tienda.
— ¿Ha cambiado mucho el comercio de la lencería desde entonces?
— Muchísimo. Atendemos a gente de toda la vida, que les gusta que les atiendas y les recomiendes. A la juventud no le gusta, en cuanto les saludas y les preguntas si puedes ayudarles, se marchan. También vienen muchos extranjeros, que nos dicen que echan de menos este tipo de tienda en sus países. Que podemos acertar la talla de cada uno o el modelo que mejor te sienta. Esto no ocurre en las grandes franquicias, las dependientas solo te cobran.
— Fuera de su tienda, ¿cultiva alguna afición?
— Desde que llegó la pandemia ya no. Pero mi pasión, a parte de la tienda, siempre ha sido viajar. Como siempre he sido soltera, cada año viajaba con mi amiga Jacinta, que también es soltera y vive en Murcia. Su hermano y el mío se conocieron estudiando en Barcelona y nos conocimos en la boda de Pablo. Desde entonces hemos ido a un sitio distinto cada año: la India, China, México, Tailandia, Nueva York. Por salud de sus padres primero, los míos después y con la llegada de la dichosa pandemia nos hemos vuelto unas vagas y ya hace un tiempo que no viajamos.
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