Marga Torres es la farmacéutica de su pueblo, Sant Joan de Labritja. | Toni Planells

Margarita Torres (Sant Joan, 1954), de Can Xiquet, no solo es la farmacéutica de Sant Joan. Es también, junto a su marido, fundadora del Grup Cultural Sant Joan de Labritja y dinamizadora cultural durante muchos años de esta localidad.

— Una chica de una familia de Sant Joan de su generación, ¿lo tuvo fácil para estudiar?
— Sí. Yo pude estudiar en las Monjas a partir de los 10 años. Luego, a los 16, me fui a Barcelona. Allí hice el COU y después la carrera.    En Can Xiquet, mi familia, todos habían estudiado. Hasta mi tía, Margarita Torres Ribas, que era la farmacéutica de Sant Antoni. Era un caso raro para la época, mi familia era muy avanzada. Mi abuelo, Francisco d’en Xiquet, era todo un personaje, tuvo el primer coche del pueblo.

— ¿A qué se dedicaba su abuelo?
— Era comerciante. Tuvo una panadería y después una tienda que más tarde mis padres continuaron.

— ¿Su padre continuó el comercio de su abuelo?
— Mi padre, Joan d’en Xiquet, continuó con la tienda, pero también se hizo representante. Vendía máquinas de coser Singer a todo el mundo. Las máquinas de coser pagaron muchas carreras. Pero mi padre también era un comerciante nato. Vendía pimentón de Murcia para las matanzas... Cada año venía el mallorquín con las máquinas de coser y el murciano con el pimiento y hacían el recorrido por toda la isla. Él no era de estar en la tienda. Era más de ir por el mundo.

— ¿Tenía un camión para ir comerciando por la isla?
— No, no, no. Lo que tenía era un 600, donde metía hasta dos máquinas de coser. Quitaba el asiento de al lado y metía allí una, la otra detrás. Otro día lo llenaba de melones. Lo que hiciera falta. Quien sí traía una furgoneta era el señor Suárez [creo recordar que se llamaba así], el representante de Singer. Traía un megáfono e iba parando por los pueblos, «¡Singer, Singer. Máquinas Singer!» , y salía todo el mundo. Era todo un acontecimiento.

— ¿Vendía las máquinas de coser allí mismo?
— Allí mismo no, pero la gente se la encargaba. Allí podían ver los modelos y pedir la que más les convenciera.

— ¿Se vendían muchas?
— Sí. En aquella época todo el mundo cosía. Al principio se hacía comisión (coser los bordes de pañuelos, por ejemplo), o para la fábrica de Can Ventosa y más adelante para la moda Adlib. Era mano de obra barata, de la misma manera que ahora se hacen las cosas en Asia, antes se hacían aquí.

— ¿Cose usted?
— No. Creo que mi hermana y yo somos las únicas del pueblo que no cosemos. También es verdad que, como tenía una alergia muy fuerte a algo de aquí, de Sant Joan, desde bien pequeña estuve interna en las monjas. De hecho, fui la primera niña interna hasta que llegaron las hijas del farero de Formentera estaba yo sola. Así estuve hasta los 15 años, que me fui a hacer COU a Barcelona. Mi madre, Catalina de Can Reyet, quiso que hiciera el COU fuera, antes de llegar a la universidad sin haber estado nunca fuera de las monjas. Después hice Farmacia en la UB y para cuando volví a Ibiza lo hice con carrera, casada y con una hija, Sabina [ríe], que es enfermera. Mi hijo Marc, que es quien sigue la tradición farmacéutica, ya nació aquí, en Ibiza. Los dos me han salido en el sector de la sanidad.

— Entiendo que se casó allí.
— Sí, estuve un par de años más en Barcelona. No es que me casara durante la carrera [ríe]. Mi marido estuvo como arquitecto técnico del Ayuntamiento de Sant Joan hasta que se ha jubilado. Cuando llegamos, de lo primero que hicimos fue montar el Grup Cultural Sant Joan de Labritja del que fui presidenta mucho tiempo. Conseguimos hasta una escuela de música. Tuvimos la gran suerte de contar con Raimon Andrés que venía los sábados a enseñar música a los niños con su mujer Anita. Cada verano se hacían los conciertos, dentro de las actividades de Sant Joan, y recuperamos los nueve fuegos de la noche de Sant Joan.

— Habla con mucho orgullo  del grupo cultural.
— Sí, claro. Es que llegamos a ser más de 100 socios, que para un pueblo como Sant Joan    no está nada mal. Fuimos a la Expo de Sevilla, hicimos intercambios, organizamos las fiestas del pueblo, etc. Pero llegó un momento en el que no podía con todo. Ahora está un poco en stand by, solo Laura Boned sigue llevando la escuela de música.

— La farmacia, ¿la abrió usted misma?
— No. La farmacia la abrió, a mediados de los 70, un mallorquín que se llamaba Leopoldo Sacristán.
Después pasó por distintas manos hasta que la pude comprar junto a Pilar Torres. Con el dinero del paro, entre las dos nos hicimos con ella. La llevamos juntas durante 10 o 12 años hasta que, por imperativo legal, nos separamos. Seguimos siendo muy amigas.

— ¿Piensa en jubilarse?
— Estoy a punto, pero no tengo ninguna gana de jubilarme. Es que, además, soy vocal en Ibiza del Colegio de Farmacéuticos de Baleares y consejera de Cooperativa de Apotecaris y vicepresidenta de BAMESA. Ya ves que me queda cuerda para rato.

— ¿Qué opina de su pueblo hoy en día?
— Sant Joan es un pueblo estupendo, ideal para las familias con niños pequeños. Hay mucha infraestructura para ellos. Lo que falta es dinamización para los jóvenes. No hay nada para los adolescentes y jóvenes, que tienen que estar siempre saliendo y entrando al pueblo en moto para poder ir a hacer algo. También está lo del Ayuntamiento, que nos gustaría que estuviera más dentro del pueblo y no en las afueras como lo han puesto ahora. Si te casas por lo civil en Sant Joan, no sabes ni donde está la iglesia del pueblo. Te casas en medio de una feixa.