Un momento durante la actuación de Paquito D'Rivera y Ángela Cervantes. | Alejandro Mellon

«Paquito, no vamos a dejar que te vayas de la isla». «Yo soy fácil de convencer». Ángela Cervantes lanza el atrevimiento cuando lo ve volver a escena y el maestro responde con picardía. La tiene a raudales. Tanta, como talento –innato, por los genes, y trabajadísimo, por el estudio de siete décadas–; tanta, como generosidad –eso dicen los músicos que lo acompañan en la gira más ecléctica de su vida.

Lo demuestra apoyándose en el piano de Pepe Rivero y lo ve marcarse un tumbao durante El manisero que los conecta con la Cuba que dejaron atrás y a la que los devuelve la interpretación de Cervantes (si te quieres por el pico divertir / cómete un cucurruchito de maní).

O cuando da la espalda al público para fijarse en lo que miran setecientos pares de ojos –el Baluard de Santa Llúcia lleno–: el solo de Reinier Elizarde, El Negrón, en To Brenda With Love, el tema que le escribió hace años a su mujer y que sirve para abrir un concierto que ella sigue en primera fila.

O al llamar a filas a Arturo Pueyo, que siempre podrá decir que el día que le dio la mano por primera vez a uno de sus grandes ídolos tocó con él una de las primeras grabaciones que registró en su juventud, el Mambo influenciado en el que el clarinetista ibicenco frasea con el ganador de dieciocho premios Grammy soplando el alto.

O cediéndole el protagonismo a una cantante que actúa en casa y le enseña a su gente el material en el que ha estado trabajando codo con codo junto a Rivero (Olas y arena, Por siempre), arqueología en el legado de la bolerista portorriqueña Sylvia Reixach.

O al acercar el cañón de ese instrumento –con el que también es un virtuoso– al vibráfono del colombiano Sebastián Laverde o del guantanamero Georvis Pico para compartir con ellos unos compases de delicada sabrosura en I Missed You Too!, escrita especialmente para su querido Chucho Valdés.

Es un concierto de afectos hacia amigos que a la vez fueron maestros. Lo explica D’Rivera recordando a Dizzie Gillespy, padrino en sus primeros años en Estados Unidos, mientras pide a los espectadores que canten con él el motivo que más les guste de todos los que salieron de la cabeza del trompetista. Así introduce A Night in Tunisia, de la que comenta. «Dizzie compuso este tema en 7 por 4, por eso la llamamos A Nightmare in Tunisia, una pesadilla en Túnez. La grabé en un disco mío, pero no recuerdo en cuál. Tendrán que comprarlos todos». El patio de bitacas ríe con fuerza, ríe mucho con todas las ocurrencias de un músico tan rápido con la palabra como con los diez dedos.

Quienes han tenido la suerte de escuchar la prueba de sonido lo han visto decidirlo, cuatro dedos moviéndose sobre la pantalla de una tableta, con Pepe Rivero. Era la elección del setlist, que procura no repetir nunca íntegramente. En el Eivissa Jazz a Paquito D’Rivera le da por armar un repertorio en el que entran nocturnos, mambos, blueses, sones, baladas, piezas clásicas, y un guiño al folclore de una isla que visita por primera vez y de la que dice haberse prendado después de recorrer las calles de Dalt Vila. Sí, la leyenda del jazz latino y su potentísimo combo tocan Sa roqueta, y lo hacen con el arreglo obra de Arturo Pueyo, que regresa para convertir el quinteto en sexteto, y los versos de Gamisans en boca de Ángela Cervantes. La cantante lanza un deseo al aire, que este festival sea eterno: «Ibiza es mucho más, Ibiza también es jazz».