Los cuatro músicos que lo rodean callan y la trompeta de Pepe Zaragoza acaricia la noche. Cuarenta, cincuenta segundos, un minuto largo de solo. Ligero y expansivo. Elegante. Cosecha del 88, el trompetista alicantino es uno de los músicos de jazz a seguir en el panorama español. Nació en Altea –de la banda al conservatorio–, creció artísticamente en Valencia –donde cursó la especialidad jazzística y se integró en el colectivo Sedajazz–, redondeó su sonido en la Kugg Jazz Institute de Graz (Austria) y ahora vuelve a vivir en el pueblo marinero donde nació.

Sus composiciones le mantienen, sin embargo, muy conectado al mundo. Viajes, giras, grabaciones; mucha música en los oídos, la cabeza y el corazón. Ganas de tocarla sin necesidad de hablar entre corte y corte cuando presenta en directo su repertorio de originales. Ayer lo demostró abriendo durante una buena hora de performance la cuarta noche del Eivissa Jazz. Zaragoza quedó prendado de la belleza del Baluard de Santa Llúcia al verlo más allá de la pantalla del móvil. Del festival, sin embargo, tenía muy buenas referencias porque lo ha descubierto acompañado por uno de los virtuosos que más veces ha pisado las tablas de este escenario: Perico Sambeat. El saxofonista valenciano vino por primera vez en 1992. Era entonces un talento en alza y actuó con otros jóvenes del momento como el pianista Albert Bover o el contrabajista Javier Colina. «En aquella época, cuando quería grabar con un músico veterano no llamaba a cualquiera. Era muy exigente. Que Pepe quiera que toque con él es un orgullo… y una responsabilidad», decía Sambeat antes de que arrancara un sabroso repaso a los cuatro trabajos discográficos que Zaragoza ha grabado en los últimos ocho años. El último, Efímer, fue el protagonista de una actuación en la que Albert Palau –al piano–, Joan Codina –contrabajo– y Tito Porcar –batería– tuvieron momentos para lucirse entre el diálogo continuo entre la trompeta de Zaragoza y el saxo alto de Sambeat.

El título del disco del trompetista parecía el mejor de los augurios para el siguiente combo. Un año más, la Eivissa Jazz Experience. La receta, la misma de siempre. El resultado, como de costumbre, un sabor irrepetible. Los músicos se relacionan digitalmente durante el verano, pero no se ven las caras ni ensayan un repertorio que van aportando colectivamente hasta formar la montaña de jazz que ofrecen al público de Dalt Vila. Un cinco más Abe Rábade que, en esta ocasión, reclutó una formación algo atípica porque, después de unas cuantos septiembres, volvía a tener cantante. La babélica Rocío Faks (argentina de raíces libanesas –y gallegas–, criada en Brasil) desplegó un timbre de soul que, sin perder la contención, subió una marcha al setlist donde Virxilio da Silva (guitarra, excelso en sus solos), Juan Saiz (saxos soprano y tenor, además de una flauta que deslumbró en varias introducciones), Dani Domínguez (batería ourensano: puso la retranca a la noche: «Abe y yo nos conocemos desde hace treinta años y este debe ser el segundo bolo que hacemos juntos») y la jovencísima Alejandra López (veinte años: contrabajo y voz en un tema dedicado al desamor: José Miguel López la comparó con Esperanza Spalding, palabras mayores) se fueron presentando frente al micro para introducir sus aportaciones a la Eivissa Jazz Experience. Todo acabó por bluserías con la (re)aparición estelar de Perico Sambeat en el bis final. Una traca fallera digna de despedir el late night más irónico de la noche americana. Abe Rábade, simpático en su papel de anfitrión, y agudo cuando presentó el Narciso de su álbum Botánica, un corte en el que aborda, en lengua gallega, el narcisismo desde la perspectiva del romano Virgilio, le dio un abrazo a Juan Jesús García Merayo: «Él me propuso esta locura de la Eivissa Jazz Experience, acepté y, por eso, estamos aquí cada año. Desgraciadamente, nos dejó el pasado 30 de mayo. Este concierto va para Juan Jesús».