El escenario del concierto en 528 Ibiza. | Toni Planells

Este lunes 19, la atmósfera de las colinas de Benimussa se llenó de magia y melodía con la segunda edición del concierto Eivissa Daurada, organizado en el icónico escenario de 528. Tras el éxito arrollador de su primer evento en mayo, el público se volcó nuevamente para disfrutar de una velada inolvidable, con todas las localidades agotadas.

La velada arrancaba a las 19:30h mientras el sol comenzaba a su último trayecto antes de esconderse tras el horizonte dando la bienvenida a los asistentes. El primer espectáculo que pudo disfrutar el público asistente fue el de una puesta de sol espectacular, que pintó el cielo con tonos anaranjados y dorados, preparando el ambiente para lo que sería una noche cargada de emociones. A medida que el sol se escondía y el aforo se llenaba, la iluminación natural fue dando paso a la luz de cientos de velas, que crearon una atmósfera íntima y cálida, ideal para la música que estaba por venir.

El Eivissa Daurada contó con la participación espectacular de los músicos del Ibiza String Ensemble: Carlos Vesperinas al violonchelo y Ramsés Puente al violín, acompañados por lo violines de Marian Tur e Isaac Pérez, la viola de Elisa Ortiz, el violonchelo de Raquel Ortiz y el contrabajo de Salvatore Licitra. Esta orquesta de cuerda, reforzada con la adición de sintetizadores en varios temas, logró transportar al público a un viaje sonoro único, interpretando obras de grandes compositores como Ennio Morricone, Hans Zimmer, Ludovico Einaudi, Joe Hisaishi, Max Richter y Yann Tiersen.

Las notas de los violines y el chelo, acompañadas por la profundidad del contrabajo y los sintetizadores, se fusionaron perfectamente, llenando el aire con una mezcla de clasicismo y modernidad. Los temas de Morricone y Zimmer fueron especialmente conmovedores, arrancando emotivas ovaciones del público.

La sincronización del concierto con la naturaleza fue otro de los aspectos que convirtió la noche en un evento memorable. Justo cuando la última luz del día desapareció, la luna llena emergió en el cielo, bañando la escena con su resplandor plateado. Este impresionante fenómeno natural se sumó a la magia del momento, especialmente durante las últimas piezas, donde la luz de la luna y las velas crearon un entorno casi onírico.

El concierto culminó con un último tema que dejó al público en un estado de calma y asombro, una experiencia que difícilmente podrá borrarse de la lista de las grandes experiencias del verano. Los asistentes se despidieron de la noche con los sonidos de Eivissa Daurada aún resonando en sus corazones, conscientes de haber vivido una noche donde la música, la naturaleza y la luz se unieron en perfecta armonía.