El popular maratón tiene sus raíces en una victoria griega sobre los persas. Se envió al soldado Filípides a llevar la buena nueva corriendo 42 kilómetros bajo la claridad ática. Dio su mensaje y se fue al otro barrio, lo cual prueba que carrera tan extrema no puede ser algo sano.
El pintor Antonio Villanueva me cuenta que diez mil personas mueren cada año haciendo deporte mientras que cuarenta y seis lo hacen en la barra del bar. Tal estadística es reveladora.
Este nuevo boom del maratón es algo inexplicable salvo por la voluntad exhibicionista, masoca y sádica de correr sobre duro asfalto cortando vías al tráfico. Una moda alentada por las instituciones que predican una vida sana pero espartana, combatiendo el humo sagrado del tabaco y demonizando las virtudes del alcohol, término árabe que significa El Espíritu Sanador. (Cuando en el siglo XII el mundo musulmán recrudece su batalla antialcohólica, es precisamente cuando entra en declive su civilización.)
En la antigua Grecia había un cierto culto al cuerpo. Pero también rezaban «Nada en exceso»· La excelencia de la areté con sus virtudes físicas, éticas y educativas como algo indispensable en el desarrollo de sus ciudadanos libres. El teatro, la poesía, la danza, el canto, la historia eran tan importantes como los ejercicios gimnásticos, que solían hacer gloriosamente desnudos, tratando de lograr el ideal humano que se acerca a los dioses. Mens sana in corpore sano, seguirían los romanos, magnífico imperio de albañiles, abogados y bebedores, que recogieron el testigo griego con menos sensibilidad, pero que mantuvieron el culto a la belleza.
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